La vida pastoril caminó siempre al unísono con la presencia del hombre sobre la tierra. Si el ser humano primero fue cazador, una vez que optó por el sedentarismo, sus preferencias se centraron en la domesticación de los animales y en el cultivo de la tierra. Muchas facilidades halló el hombre en la docilidad y mansedumbre de la oveja. La raza churra era la oveja originaria que pastaba aquellos pastos abiertos y sin lindes de la Iberia tribal. "Sus vellones, - nos cuenta Klein -, se distinguían por un color marrón rojizo y por una hebra inusitadamente larga y suave". El hombre primitivo empleaba la lana de su oveja autóctona en tejer sus sayales, que conciliaba con las pieles de los animales como elementos de su atuendo. Una vez que el hombre medieval descubre las cualidades de la lana merina, el churro va perdiendo su importancia y padece el menosprecio de los pastores trashumantes por "su basto y escaso vellón". En nada se parece aquél al recién llegado producto corto y crespo de la oveja merina. Los hatos de oveja churra quedan relegados al pastoreo de prados y rastrojeras de la localidad, lo que se denominó ganado estante.
La oveja merina es introducida en España hacia 1146 por los benimerines, tribu del Norte de África. Y, precisamente, de estos invasores le viene el nombre de merina. De los pastores benimerines o bereberes, nuestros rabadanes aprendieron muchas cosas: a seleccionar los sementales del rebaño, a aplicar formas nuevas de castración, a engordar la oveja destinada a la matanza y a usar distintos sistemas de esquileo, lavado, teñido e hilado de lana.
El primer dato documentado del término merino, se registra en Castilla a mediados del siglo XV. Se lee en el inventario de las tarifas que Juan II de Castilla, en 1442, fija para el paño confeccionado con lana merina. Aunque parece cierto que el nombre "merino" no se generaliza, como voz popular, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVII.
Los períodos de tregua, entre una guerra y otra en la Reconquista, algún rey, como Pedro IV, intentó mejorar la raza originaria (churra), cruzándola con reses del norte de África, pero no obtuvo los resultados apetecidos. La lana de la oveja cruzada tenía demasiado pelo. Cisneros, asesorado por Palacios Rubios, consejero jurídico de los Reyes Católicos y presidente de la Mesta durante doce años, ordenó la importación masiva de ganado norteafricano. Era la solución para conseguir la gran cabaña que la economía española demandaba y la forma de llenar, en parte, las arcas exhaustas del erario. Una vez logró el incremento deseado de ganado beréber (merino), volcó todo su esfuerzo en marginar el llamado churro. La lana churra y la de la res cruzada no eran apetecidas en los mercados europeos; y, por lo tanto, no proporcionaba los codiciados beneficios a la monarquía.
La lana oriunda seguía utilizándose en el consumo interior, mientras que la lana blanca corta y crespa era solicitada en todos los mercados de mundo. Los reyes apoyaban toda iniciativa tedente a perfeccionar la raza merina. Dictaban normas que favorecían su crianza y expansión. Se le facilitaba los mejores pastos verdes durante todo el año y se evitaba que sufriera los rigones estacionales. De aquí el auge de la trashumancia.