NACIONAL
Actualizado 15/10/2017
Redacción

El ex presidente piensa en la estrategia de la vieja Convergència y en su indulto

En su decisión más difícil, porque todo lo que haga Puigdemont en su vida pública -y puede que hasta privada- dependerá de lo que responda mañana al requerimiento del Gobierno, la presión más amenazante la recibe el presidente de la Generalitat de un sector de su propio partido, el PDECat -lo que queda de la antigua Convergència-, que pretende renunciar a la independencia como objetivo real y usarla sólo como elemento de tensión para negociar con el Gobierno un nuevo encaje de Cataluña en España.

En esta línea, el diputado del partido en el Congreso Jordi Xuclà,considerado un moderado, insistió el miércoles en el diálogo y negó que la independencia fuera declarada el día anterior en el Parlament.

La Convergència que encarnan Artur Mas y Marta Pascal no tendría ningún papel relevante en una Cataluña independiente, mucho más instalada en los marcos mentales de un Puigdemont que por muy convergente que sea piensa como Esquerra y actúa como la CUP. En la poco probable república catalana, Junqueras sería presidente si Puigdemont cumpliera su promesa de no volver a presentarse, la CUP impondría una parte muy importante de su agenda -seguramente toda con la excepción de sus tesis económicas más chavistas- y el PDECat quedaría relegado a cuarta o quinta fuerza, en la más absoluta irrelevancia.

En un contexto todavía autonómico, aunque reforzado, Convergència encontraría en cambio su hábitat natural, con su hipocresía y su doble discurso en Madrid y en Barcelona, con sus transacciones, con su pactos de última hora, con la parte que se queda el negociador y la parte que va al partido, en el estira y afloja pujolista que siempre funcionó y que durante tantos años aseguró la gobernabilidad -y la prosperidad- tanto de Cataluña como del resto de España.

Formaría parte de estas transacciones y de este patio trasero donde CiU siempre resolvió sus ecuaciones el indulto o cualquier otra solución satisfactoria para la delicada situación judicial de Mas, inhabilitado ycondenado a pagar 5,2 millones de euros para sufragar los gastos indebidos del 9 de noviembre.

Francesc Homs y Carles Campuzano hace días que suplican en Madrid este indulto o amnistía. De concretarse una respuesta positiva, si Mas no consigue entre hoy y mañana frenar a Puigdemont, tal como lo consiguió entre el lunes y el martes pasados, la parte del PDECat que les es fiel se bajaría del tren rompiendo la mayoría independentista en el Parlament, con la excusa de que la independencia sin que nadie te la reconozca no tiene ningún sentido y llamando a la convocatoria de unas elecciones indiscutiblemente autonómicas pero a las que pomposamente llamarían «constituyentes» para disimular lo que desde Esquerra -que ven venir el embolado- han calificado ya de «el timo del tocomocho indepe».

Si Puigdemont no se presenta

Esquerra por su parte coincide con la CUP y se muestra en público partidaria de proclamar la república sin más dilaciones, aunque de fondo simpatiza con cualquier escenario que acabe en elecciones inminentes.

Si el sector de Mas del PDECat se desentiende de la independencia y deja al bloque soberanista en minoría, Junqueras podrá presentarse como el único candidato independentista realmente creíble. Si Puigdemont impone su criterio y declara la DUI, una aplicación suave del 155, que es por lo que parece que podría optar el presidente Rajoy, conduciría igualmente a una nueva convocatoria electoral, en la que también Junqueras tiene las mejores cartas -sobre todo si Puigdemont no se presenta- con la épica añadida de la «represión española» por haber declarado la independencia.

Si Puigdemont se abre al diálogo y más o menos reconoce que no declaró la independencia, será la CUP quien le abandone y también la convocatoria electoral será inevitable.

Hace tiempo que Junqueras optó por la estrategia del bajo perfil, buscando mucho más no cometer errores que la filigrana de aciertos tan memorables como arriesgados. Por su carácter y su trayectoria -y por oposición a Convergència y a Mas- resulta un independentista creíble, pese a su poco interés en la heroicidad y su sentido del pragmatismo y de la realidad al que en los sectores más hiperventilados se le suele llamar cobardía.

En esta estrategia, Junqueras ha conseguido no molestar a nadie, no crear rechazo y modestamente -porque no es exactamente lo mismo ni tiene exactamente el mismo éxito- convertir a Esquerra en la casa grande del catalanismo que fue CiU y donde confluían nacionalistas de todas las sensibilidades que confiaban en el orden, la seriedad y el carisma del presidente Pujol.

Las encuestas dan hoy a los republicanos entre 40 y 50 escaños y si con lo que obtuviera Convergència no sumaran los 68 de la mayoría absoluta, podría aliarse con el PSC y con Podemos -reeditando el famoso tripartito aunque con distinto equilibrio de fuerzas- bajo el reto «nacional» de conseguir un referendo secesionista pactado con el Gobierno.

Hay pocos escenarios en los que Junqueras no gane y casi ninguno en el que pierda. Sergi Sol, Miquel Martín Gamisans y Lluís Juncà, sus tres personas de máxima confianza, han proyectado su imagen sin estridencias, le han protegido de líos innecesarios, han calculado con especial cuidado sus intervenciones públicas y es así como un hombre de «torpe aliño indumentario», que escasamente responde al canon de la belleza de nuestro tiempo y al que le gusta más bien poco mezclarse con las masas, se ha convertido en un líder de apariencia afable y cercana, cuya sabiduría no es vista como una pedantería -como le ocurría a Mas- sino como una peculiaridad y hasta como una garantía.

Además, su catolicismo no le perjudica entre sus votantes más republicanos y le permite establecer un vínculo de confianza con los huérfanos de Convergència, más de orden y de derechas. En cualquier caso, su religiosidad se entiende como una forma de compasión y de ternura en lugar de como una amenaza para el progreso social, como tantas veces les ha sucedido a los líderes de CiU y del PP.

Finalmente, los chicos de la CUP, que empezaron la legislatura con la aparatosa estridencia de tirar a Mas «a la papelera de la Historia» y poniendo seriamente en riesgo la aprobación de los presupuestos, han recorrido este último tramo del proceso con una prudencia y una ductilidad completamente inéditas en una formación de su naturaleza: y el martes se tragaron casi sin protestar la monumental farsa con que el presidente Puigdemont trató de contentar a Artur Mas y consiguiendo que nadie en Cataluña, en España ni en la comunidad internacional supiera exactamente si había declarado o no la independencia.

El factor Rajoy

De todos modos, es poco probable que le aguanten muchos más trucos al presidente de la Generalitat. Sus expectativas electorales podrían crecer en un contexto de frustración independentista, especialmente si cuaja la idea de que Esquerra y Junqueras forman parte del enjuague.

Puigdemont intentará mantener al independentismo unido para llevar a Cataluña a la independencia. Intentará convencer a Mas de que el único camino es el que marca la CUP. Si es Mas quien le convence, perderá a la CUP. Pero por partidas que se jueguen, Junqueras sigue siendo el dueño del casino, aunque siempre con el permiso del presidente Rajoy, de quien todo el mundo se ríe y critica y al final, siempre muy tarde por la noche, acabas descubriendo que todo es suyo y que la gran broma del día iba en realidad sobre ti.

Fuente: ABC.es

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