Sí, es una multitud innumerable la que forman los cientos y miles de personas que en una ciudad como Salamanca, con su provincia añadida, hacen cada día y con total generosidad un trabajo de buen servicio en casi todos los campos de la vida. Y siendo tantos pasan desapercibidos. No tienen sueldo ni un mal sindicato que los lidere ni salen a la calle ni conocen huelga ni pasan factura alguna. Son como un milagro humano de generosa disponibilidad. Y son miles y miles, pero no son noticia.
Actúan así por motivos muy diversos según los objetivos tan distintos que animan a colectivos tan diferentes. Habrá voluntarios movidos por una situación mundial y local que desean una Pobreza Cero y por ella se mueven; otros prefieren hacerlo financiando proyectos de desarrollo integral propuestos por gente del sur y por eso andan en Manos Unidas; otros quieren acompañar de cerca a personas de aquí en extrema situación de indigencia y ofrecen su tiempo y saber a Cáritas en sus variados campos de servicio a los pobres; otros se fijan en gentes de la calle, a veces familias completas, que necesitan comida caliente porque no la tienen y entonces trabajan en el Comedor de los Pobres; otros con una mirada hacia los que quizás se han metido en un pozo de muy mala salida como la droga colaboran con Proyecto Hombre; otros mirando necesidades más cercanas y casi de vecindad se apuntan a la Cáritas parroquial; otros con una mente que mira más lejos y cargada de más idea internacional trabajan en Aministía Internacional o en Oxfam o en Unicef; otros llevados de un espíritu de solidaridad dan su tiempo y su dedicación a Ayuda en Acción o a Cruz Roja o a las Conferencias de San Vicente o a otro de tantos grupos cargados de historia y de servicio solidario como Sed, o Insolamis o Fe y Luz o Aviva o Zoes, o Entreculturas o Alcohólicos Anónimos o docenas y docenas de grupos, asociaciones y organizaciones que cubren los más variados campos de la necesidad humana, desde los últimos de los últimos en Ranquines hasta los penúltimos que serían muchos presos en Topas. Y eso sólo en Salamanca, ciudad y provincia.
Y más allá o más acá de los grupos asociados, son cientos y cientos las personas que un día y otro sirven a los demás en muchos pasos y situaciones, desde atravesar la calle con seguridad a una persona que va con torpeza hasta atender a los nietos un día sí y otro también, o desde cubrir un servicio parroquial o acompañar por las tardes a una persona en su soledad enferma o acoger y escuchar al que tiene esa necesidad o rodear de cuidado y de ternura al enfermo de la casa hasta tantas otras maravillas que diariamente suceden en cualquier ciudad y por supuesto en Salamanca, llena de solidaridades y cubierta de amores diarios, fieles y de alta calidad. Y eso sin contar con los miles de personas que, con su contrato laboral por medio, cada día hacen un trabajo de servicio a la sociedad en cualquier campo y lo hacen con unas prestaciones de absoluta calidad humana.
Pero a la vez los humanos de estos tiempos somos de una torpeza casi grotesca y, por así decirlo, medio sobrehumana, pues vivimos con la precisión de estadísticas y algoritmos y no somos capaces de ver lo que nos rodea un día y otro con absoluta normalidad. Nos pasa que los pasadores de noticias y los contadores que nos cuentan lo que pasa no recogen en sus diarios nada de todo eso tan diario. Y el ciudadano, reducido virtualmente su mundo a lo que le dicen, no contabiliza tanta riqueza en su balance sobre la sociedad y sobre el mundo. Creo sinceramente que nuestro mundo no está tan mal como a veces comentamos y como pueda parecer a primera vista, que por cierto no es precisamente la mejor forma de ver con algún rigor la realidad. Somos mucho más, en extensión y en calidad social, que una página de política o de sucesos.
Por otro lado siempre me ha parecido que los administradores de cauces sociales y criterios de vida en nuestro país o al menos en nuestra región, no promueven suficientemente la movilización de tanta gente solidaria que se ofrecería para labores de acompañamiento y de servicio. En ese sentido la Iglesia católica me parece una institución mucho más activa y con más ofertas de trabajo social voluntario. Tenemos desde siempre un déficit muy grande en instituciones intermedias entre la maquinaria administrativa, municipal, provincial o autonómica, y la gente de la calle, que apenas encuentra modos y medios políticamente neutros para integrarse en movimientos sociales puramente civiles, acompañados y defendidos por las autoridades correspondientes.
Y de hecho cuando en la ciudad o en algún pueblo de la provincia surge alguien o algún grupo capaz de generar actividades y acompañamientos solidarios en algún campo de promoción humana o social, o en cualquier barrio por muy al oeste que caiga, se crea sin especial problema una colaboración amplia que hace posible la experiencia. Hay muchos ejemplos en la vida urbana y rural que pueden avalar la teoría. Y no es raro que algunos de estos movimientos sociales, por su carga crítica y su voluntad de corrección social, no sean bien vistos por cierto tipo de gente y/o por las autoridades políticas y administrativas, como si invadieran sus campos supuestamente exclusivos.
Caben muchos matices y consideraciones, pero lo verdaderamente importante es la existencia entre nosotros de una multitud innumerable de ciudadanos que dedican tempo, dinero y habilidades para servir y acompañar a otros y lo hacen generosamente, por amor o por solidaridad, sin pretender recibir nada a cambio, nada más que el buen rollo del servicio bien cumplido con sencillez y calidad.
Para todos ellos todas las medallas.