OPINIóN
Actualizado 11/10/2017
Manuel Alcántara

Mi contertulia en una cena con conocidos me enseña orgullosa su móvil en el que una aplicación le señala que en el momento del día en que estamos ya ha superado caminando esa cifra que ha convertido en meta de sus desvelos. Veo que el guarismo es algo mayor, sin saber por qué la felicito. Días más tarde leo que una compañía especializada en seguros de salud ofrece a sus clientes rebajas en la cuota mensual si se comprometen a andar precisamente ese mínimo haciendo un promedio durante cierto periodo. Para ello les entregan una pulsera con un contador de pasos que se conecta con una aplicación de móvil. De lo que se trata es de que los clientes se obliguen a realizar esa tarea física en el tiempo que les indiquen. Se premia a quienes lo hacen porque muestran un comportamiento más sano que conlleva un potencial menor uso de los servicios médicos. La tecnología suministradora de datos instantáneos hace al capitalismo más eficaz y todos más contentos.

Entiendo el argumento y la propuesta en la lógica utilitaria de que "todos ganan". Algo que, de entrada, es muy inteligente. Por otra parte, si para numerosos estudios de mercado, con fines que en la mayoría de los casos se desconocen, se usa tanto la cantidad de veces que se clickea en el móvil, como las páginas y servicios que hay detrás de esa acción, ¿por qué no hacerlo para algo tan sensible como es la salud? Además, es bien cierto que uno de los problemas que tiene la actual sociedad es la tensión arterial alta, así como la obesidad, vinculadas a la ausencia de ejercicio físico, con el consiguiente impacto en una amplia gama de dolencias. Pero mi pregunta se refiere a la cifra, ¿por qué diez mil y no otra cantidad? Me imagino que se trata de una propuesta basada en cierto promedio que tiene en cuenta desde el peso a la edad de la persona en cuestión, ya que son dos variables enormemente significativas a tener en cuenta.

El escenario se complica un poco más cuando se dan situaciones en que andar no resulta sencillo. La ausencia de zonas verdes en muchas de las grandes ciudades, así como de aceras para caminar, como ocurre con frecuencia en América latina, la contaminación del aire y la inseguridad ponen en riesgo la posibilidad de alcanzar la soñada meta diaria. La solución se mercantiliza inmediatamente. Clubes privados en las afueras de las ciudades cuentan con espacio suficiente para llevar a cabo la práctica, y otros más pequeños en los centros comerciales tienen máquinas de andar que, dicho sea de paso, también pueden adquirirse para la propia casa. El resultado en el bolsillo desbalancea el presupuesto que había antes disminuido por la rebaja en la póliza de salud. Bien es cierto, se podrá argumentar, que el beneficio en última instancia es la propia salud, pero no deja de tratarse de un paso más en la espiral imparable del consumo.

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