OPINIóN
Actualizado 06/10/2017
Marta Ferreira

Todos los días no son iguales. El tiempo no es continuo sino discontinuo. Hay días malísimos y días maravillosos y también hay días grises, la mayoría. A mí me toca hoy vivir el que espero sea el día más feliz de mi vida, porque dejo la vida en soledad para pasar a disfrutar la vida compartida. Tengo que confesar que durante muchos años pensé que este día no iba a ocurrir nunca para mí, que había nacido para vivir en soledad, libremente aceptada y hasta deseada. Le encontraba ventajas y la otra posibilidad se convertía en un desiderátum al alcance de otros ?felices ellos, me decía- pero alejada de mí.

Pues me equivoqué. Y hoy, precisamente hoy, a la una del mediodía, entro en esa otra dimensión, cuando otra persona pasa a formar parte de mi existencia y para bien, según pienso y deseo. No voy a engañarme: le pido mucho, espero mucho de él, creo que puedo hacerle muy feliz y estoy en la convicción recíproca. Cuando tantas rupturas sentimentales están a la orden del día ?y lo sé de buena tinta porque es mi especialidad jurídica- casi lo que el cuerpo te pide es lo contrario. De ahí que el matrimonio esté empezando a convertirse en la excepción y la convivencia sea la nueva regla. Pero yo sigo creyendo en esa institución y no me parece una antigualla carpetovetónica.

Utilizaré una expresión que me encanta: el matrimonio es una comunidad de vida y amor. Es el ideal en el que creo. Uno no se casa para ahuyentar la soledad, uno se casa porque quiere mucho a otra persona y necesita compartir su vida con él, para hacerla más rica, más creativa, más solidaria, más verdadera. Porque pienso que la plenitud es de dos unidos, compartiendo lo bueno y lo malo, comprendiendo, perdonando, respetando, impulsando al otro, gozando de todo lo bueno que aporta a tu existencia. Y abriéndose a la vida, a transmitirla, dándole la oportunidad a otro ser humano de dejar su impronta en el mundo, que tal vez sea definitiva mejorando la existencia de los demás.

Sí, sé que el proyecto es exigente. Pero solo merecen la pena los proyectos exigentes. Cuando ves el horizonte y nunca terminas de abarcarlo porque te supere. Y no hay mayor horizonte que el amor.

Marta FERREIRA

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