El antedicho futbolista es de los que se significan por su pico (atrevido, juguetón, guasón) además de por sus patadas a la pelota. Y el tío se mete en unos berenjenales de no te menees. Demasiados.
El problema, pues que se trata de un jovencito (ya no tanto) que parece irle bien en su vida, y que vive en un mundo de oropel (como sucede casi con todos los futbolistas famosos y menos famosos, de avión en avión, de prebenda en prebenda, de hotel en hotel y de autógrafo en autógrafo). Y ahora cinco micros delante para que él diga la primera chorrada que se le pase por la azotea. Primero digo, luego lo pienso. Esto está así montado. Y no es que el tal Piqué sea más listo o más tonto que los otros sino que es más atrevido y guasón y encima su voz se difunde más. Ahí andamos.
Hay cosas que un personaje público no debería decir. Que acarrean una irresponsabilidad. Que pueden volverse contra uno o contra todos. Y eso sucede ahora mismo. Es mejor ser congruente y actuar siempre de ciudadano comprometido. No se puede ser ciudadano público por horas y por bandos, luego deportista también por horas y por sensibilidades (como las hay en cualquier equipo, algo tan difícil como ser de tus colores y del rival). Hay que aclararse en eso de la vida pública y el deporte. Es un deber a estas alturas y en semejantes circunstancias (después del célebre 1 de O sobre todo). Es verdad que la sensibilidad en el deporte anda finísima y en política ni te cuento. Por eso conviene aclararse primero en pensamiento y luego actuar (o ponerse a cascar con alegría en los medios). Jugar a la política (hacerla, difundirla, opinarla) tiene sus réditos y ahora no está el horno para posicionarse que estoy aquí y en su contrario. Eso no acaba gustando ni aquí ni allí. En un bando o en otro, querido. Esto suele ser así. Hemos llegado a esta cruda paradoja que es una lástima (y de las gordas), pero lamentablemente una verdad como un templo. Se veía venir. Y está aquí.