El escritor Claudio Rodríguez


OPINIóN
Actualizado 01/10/2017
Redacción

Sí. Como indica Adam Zagajewski (un gran escritor europeo contemporáneo, cuya obra se está difundiendo últimamente entre nosotros), las relaciones entre lo elevado y lo bajo son muy complejas. El ser humano se encuentra siempre a medio camino entre lo uno y lo otro. Somos criaturas siempre en tránsito.

Por una parte, necesitamos trascender lo vivido, darle un sentido, una significación. Porque la suma de tales significaciones es lo que da sentido también a nuestras vidas. Pero, al tiempo, no podemos desatender las cuestiones cotidianas, prácticas, prosaicas, que son las que nos permiten ir existiendo, sobreviviendo, manteniendo esa llama invisible de la vida.

Era aquello de lo que hablaba Teresa de Ávila de que Dios siempre está entre los pucheros; esto es, en lo concreto, en lo cotidiano, en aquello con lo que convivimos todos los días.

De ahí que hayamos de estar siempre y de continuo preparados para ese transitar de lo elevado, de lo sublime a lo cotidiano. Y, de hecho, cada uno realiza tales tránsitos, tales itinerarios de continuo y, en muchas ocasiones, de modo inconsciente y sin darse cuenta.

Hay dos conceptos, con tantas equivalencias que hasta parecerían ser sinónimos, como son los de fervor y entusiasmo, que nos llevan a ese mundo elevado del que hablamos y del que, de un modo u otro ?eso sí, siempre en momentos excepcionales? , todos tenemos experiencia. La experiencia amorosa; los momentos excepcionales que a todos nos ocurren, en una u otra ocasión, a lo largo de nuestras vidas; las alegrías que nos proporcionan las cosas buenas que les ocurren a las personas a las que queremos; en fin, tantas y tantas experiencias de esos tipos... configuran en cada uno ese mundo de lo elevado, de lo sublime, marcado por el entusiasmo y el fervor.

El fervor es un concepto cristiano. El entusiasmo lo introduce en el ámbito cultural y anímico europeo el romanticismo. Ambos elementos, por ejemplo, nos los encontramos en una poesía tan maravillosa como la del poeta zamorano Claudio Rodríguez, siempre de tipo hímnico y marcada por la celebración, sobre el prodigio que es el mundo, todo lo que está a nuestro alcance y que, tantas veces, nos pasa desapercibido y se nos escapa.

Celebrar y cantar, esa sería la tarea del creador, del poeta, para plasmar ese mundo, que sigue existiendo, que sigue estando ahí, al alcance de todos los atentos y entregados a la tarea de vivir, cuando la abordamos como aventura y no como rutina.

Y en esa celebración y en ese canto, en esa plasmación de lo elevado, está una de las realizaciones más plenas del ser humano en el mundo. Pero hoy, desgraciadamente, y ya desde hace tiempo, asistimos a un cierto descrédito de lo elevado, del entusiasmo, del fervor, pues predominan en nuestra sociedad y en nuestra cultura las claves del descreimiento, de la profanación de todo, de la ironía como herramienta demoledora de todo aquello que exalte y cante esos momentos excepcionales del existir de cada uno, del existir de todos.

Y así nos va por todo ello.

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