OPINIóN
Actualizado 01/10/2017
Manuel Alcántara

Cuando el pulso se hace insostenible en la medida en que los argumentos (legales y políticos) junto con las demostraciones de fuerza (del Estado de derecho y de parte de la sociedad movilizada) llegan a un callejón sin salida; cuando la opinión pública está cansada, a la vez que perpleja, por el panorama que tiene enfrente; cuando en el escenario internacional se observa con cuidado y asombro lo que está aconteciendo a la espera de ver cómo evolucionan los acontecimientos. Entonces, no hay más remedio que intentar deshacer el nudo gordiano en el que uno se encuentra. En democracia eso significa que hay que devolver la voz al pueblo. Aunque pesen argumentos, no siempre válidos, como la estabilidad, la responsabilidad y la supuesta defensa de las instituciones, la única salida es la convocatoria de elecciones. El embrollo catalán que tanto nos afecta a los españoles requiere de una salida política puesto que la que había el señor Rajoy no ha sido capaz de gestionarla.

Después de las elecciones de 1977, que aperturaron el proceso constituyente, cuya continuidad llega hasta nuestros días, habiendo implantado el periodo en la historia de España de mayor desarrollo y mejor nivel de convivencia, la sociedad española y el mundo han cambiado tanto que se requiere un nuevo traje institucional a la medida de estas transformaciones. Por otra parte, sobre el funcionamiento del entonces necesario y novedoso Estado de las autonomías hay tantos estudios y tanta evidencia empírica, que hoy ponen de relieve sus desajustes, que demandan una inmediata atención para su oportuna revisión. Finalmente, las movilizaciones inasequibles de amplios sectores de la sociedad catalana, impulsados por unas elites mesiánicas adocenadas por un pensamiento único, aunque lícito, merecen una respuesta política civilizada del conjunto de la sociedad, no solo catalana sino también del resto del país.

Las nuevas elecciones deben cerrar el ciclo de interinidad en que vive la política española desde hace dos años. A tenor de sus resultados, deben facilitar el establecimiento de un gobierno de amplia mayoría a través de la consolidación de una gran coalición sobre la base de una oferta programática bien conocida. Deben realizarse tras una campaña electoral en la que las distintas posturas sobre el necesario cambio constitucional sean suficiente, clara y públicamente debatidas. Porque la cuestión catalana es un asunto que no tiene que ver solo con Cataluña. El señor Rajoy debe tomar la iniciativa ya que es el actual presidente del gobierno de España. Atrincherado en la Moncloa, con el minúsculo apoyo político que le queda, tentado en caer en el cambalache con unas y otras fuerzas, sin que nadie del electorado tenga claro hacia donde se camina, es algo que no hace sino agravar más la actual situación. Que el señor Puigdemont debería seguir estos mismos pasos es una convicción de la que así mismo estoy totalmente persuadido, pero no me corresponde pedírselo, salvo de una manera retórica, ya que mi circunscripción electoral no está en Cataluña. Señor Rajoy, ¡convoque elecciones! Ya.

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