OPINIóN
Actualizado 01/10/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Ahora que en las noches ya refresca y que durante el día el calor nos acompaña todavía es cuando uno añora las templadas brisas mediterráneas y se alegra por haber podido compartir unas horas en un acto académico en que nos llegó el soplo deslumbrante de un artista importante, que trajo ironía, color y sabiduría a nuestro Paraninfo.

Me dijo mi amigo Javier: "Tendrás que escribir sobre Barceló" y aquí estoy, haciéndole caso y dedicándole estas rápidas líneas a mi colega burgalés, cuya cercanía personal a mi isla me consta, aunque tengamos todavía pendiente desde hace años coincidir en ella. En este día necesitado de concordia y de ilusión en un futuro mejor, me parece que no es ninguna paradoja hablar del atrevimiento y de la libertad del artista.

Artista, que no sólo pintor. Por si no había quedado claro a quien ha paseado por la Plaza Mayor de Salamanca y ha reflexionado en torno a ese bosque de cerillas sobrecogedor de las Escuelas Menores, él nos insistió en que se considera tanto pintor como escultor. Creo que el asunto de las etiquetas no va con los artistas verdaderos, cuya creatividad no cabe en ninguna de ellas, y hay que acudir a dos a tres o a ninguna, porque las etiquetas no son más que atajos perezosos del pensamiento que nos apartan de la rica realidad.

Rica fue la exposición académica del autor, apoyada por un excelente trabajo desde los Servicios Audiovisuales de nuestra Universidad. Diversa, aunque se limitara a explicar tres obras, cuyas derivaciones sensitivas son múltiples y las consideraciones artísticas deslumbrantes.

Con una inesperada humildad y un envidiable sentido del humor, además de la previsible bohemia de quien toda la vida ha hecho lo que le venía en gana, nos habló de la exuberante capilla de Sant Pere, en la Catedral de Mallorca; de la majestuosa cúpula de la Sala de Derechos Humanos en Ginebra y del Vidre de les Meravelles, gozosa referencia a una obra cumbre de nuestro paisano Ramón Llull, cuyas luces y sombras dieron vida a la Biblioteca Nacional de Francia.

Con la multiplicación de los panes y los peces, entró en la Catedral de mi tierra ni más ni menos que la cerámica de Vietri sul Mare. Casualidades de la vida, el pueblo donde tiene su magnífica residencia mi querida colega Marzia, y que me ha acogido en numerosas ocasiones entre sus legendarios limoneros cubiertos de oscura ligereza.

Siendo espectacular la descripción anárquica de los propósitos del autor y la visión de su resultado, lo fue más todavía la intimidad con que pudimos asistir a la creación de sus obras. A estas alturas me impresionan ya poco las consideraciones cuantitativas de los kilos de pintura utilizados para crear estalactitas de colores diversos, pero no puedo por menos que maravillarme ante la idea de que la obra se hiciera a sí misma, con la imprescindible complicidad de la ley de la gravedad. El artista aliado a las fuerzas de la naturaleza en el Palacio de los Derechos Humanos.

Por último, nos llegó el sabor terroso en las vidrieras de París, embadurnadas de arcilla y de dudas, como confesó Miquel, en una obra que también se iba haciendo a sí misma, o sería mejor decir "deshaciendo", tal y como nos mostró el realizador del documental: primero el basto manchado de los cristales, luego las opciones para dar forma a esa masa irregular y finalmente el hipnótico retablo final.

Hasta con el barro de Francia me llegaron los aires lejanos de mi tierra -era del color de los campos de mi pueblo-, y con todo ello tuvimos una demostración más de lo que ha sido siempre el Mediterráneo: crisol irregular de arenas traídas por vientos múltiples, helados y cálidos -incluso desde Mali-, y envuelto eternamente en revueltas que ni se sabe con certeza cuándo empezaron ni cuándo acabarán.

En el día de hoy hago mis votos para que el arte, la vida, nos ayuden a amansar nuestras pasiones y abrir paso, aunque sea poco a poco, al fraterno entendimiento.

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