OPINIóN
Actualizado 30/09/2017
Francisco Delgado

Terminamos con este cuarto artículo esta introducción a las bases de la comunicación humana. Aunque aquí nos referimos siempre a procesos individuales, los mismos principios sirven para diagnosticar conductas colectivas (como las que vivimos en nuestro país estos días).

La capacidad de dialogar es, junto con la capacidad de trabajar y de amar, uno de los indicativos fundamentales de existencia de salud mental. Y viceversa, la incapacidad de dialogar es siempre un síntoma de neurosis grave o psicosis. Esta afirmación es obvia, si pensamos que el que no sabe o puede dialogar, no puede ser consciente de sus límites, los límites que la presencia y palabra del Otro impone. Y si un sujeto o grupo de sujetos no son conscientes de sus límites están distorsionando la realidad, la suya propia y la del otro. La capacidad de escuchar requiere la aceptación de la existencia de un "tú" real, no convertido imaginariamente en un monstruo perseguidor o destructivo, sino portador de deseos y derechos. La regla de la escucha es la esencia del diálogo y es previa a la fase de toma de decisiones.

Una toma de decisiones como etapa final de un diálogo requiere a su vez que los interlocutores renuncien a "la omnipotencia" infantil, renuncien a la fantasía de que el otro no existe o de que es tan peligroso que hay que inmovilizarle o silenciarle. Algún aspecto de semejanza entre los dos interlocutores ha de percibirse para poder dialogar.

Si la fantasía o la actuación (agresiva) impera sobre la realidad no puede darse el encuentro. En la historia de la psiquiatría hay una larga etapa en la que los psiquiatras no dialogaban con los enfermos mentales, pues partían del prejuicio de considerarlos completamente distintos a las personas "sanas" o se les consideraba demasiado peligrosos. Por eso se les encadenaba, se les encerraba en prisiones-manicomios y se les prohibía el acceso al diálogo.

Cuando la psiquiatría accedió a escuchar al paciente en pocas décadas hubo avances en psicoterapias y farmacología, que no pudieron ser posibles en siglos de prejuicios sobre la persona con trastornos mentales o conflictos emocionales.

Una renuncia a la fantasía infantil de omnipotencia es necesaria para iniciar un diálogo.

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