OPINIóN
Actualizado 28/09/2017
Juan José Nieto Lobato

Están Les Luthiers de gira por Salamanca, parodiando las cosas importantes de la vida: la política, el arte, los símbolos patrióticos, la religión,? Se sirven del extrañamiento, la confusión, los juegos de palabras, la hipérbole, los tópicos en los que todos terminamos cayendo alguna vez. Son ingeniosos, apelan a la inteligencia de su público e insultan a la seriedad con la que nos tomamos habitualmente los éxitos y fracasos de cada día. Se ríen de ellos mismos, de su anciana visión de la juventud, de su ya olvidado vigor sexual y hasta de Noruega si es necesario.

No tienen pinta de hacer deporte, ni siquiera de salir a hacer jogging o caminar rápido con el presidente del gobierno. Y sin embargo he pensado en ellos para esta columna en la que cada jueves abordo la actualidad deportiva, o algún aspecto relacionado con la misma, partiendo siempre de la base de que el juego es una cosa muy seria y de que solo tratándolo de esta manera puede resultar divertido o placentero. Es el ser humano un homo ludens al que las necesidades de supervivencia, tanto en el estado de naturaleza como en este sistema neocapitalista (mucho más), han obligado a trabajar ?y no al contrario. Y está bien que se tome en serio cada partido de fútbol o cada timba de cartas, pero, en cambio, echo de menos un poco de sentido del humor en las contiendas entre instituciones (liga y federación, ACB y Euroliga, diferentes instancias de la administración,?) o entre los propios clubes, gestadores de rivalidades que nunca deberían abandonar los límites del terreno de juego.

Lo veo en mi ciudad, la misma en la que están de gira Les Luthiers, recibiendo aplausos y carcajadas de gente que, en gran medida, ignora que sobre el escenario se está caricaturizando su comportamiento habitual, el de seres vanidosos que actúan como autómatas en la búsqueda de un pedacito de poder o protagonismo, de un reconocimiento del jefe, de un modesto refuerzo positivo que alimente su destruida autoestima. Esas pequeñas grajeas que puestas en contexto no son más que partículas invisibles dentro del vasto universo, pero que frustran, en cambio, decenas de proyectos que harían mejorar la calidad de nuestro deporte, el grado de satisfacción de sus practicantes, la acumulación de conocimientos de los entrenadores, la capacidad para competir fuera de nuestro marco regional e ir elevando los techos que fijan variables demográficas, económicas, pero en ocasiones, también culturales (y estúpidas).

Entiendo que cada cual haga defensa numantina de lo que siente suyo y se atrinchere ante el enemigo exterior, sea una horda de galos o Mortadelo disfrazado de soldado. Sin embargo, me gustaría que se relajaran las rencillas, que las pasiones personales nunca frustraran la ejecución de buenas ideas y que tuviéramos bien presente el adagio del orador latino Julius Ecclesias: las obras quedan, las gentes se van.

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