No aman la naturaleza. Si no respetan ni cuidan su propio territorio, menos lo harán en territorios ajenos. (Hablo obviamente de una mayoría de la población; estoy seguro que hay minorías en esta ciudad, amantes y respetuosas de la naturaleza, pues las conozco).
Una mañana de la semana pasada fui a dar un paseo por las orillas del Tormes, por el paseo fluvial y al llegar a la altura de la fábrica de Mirat, me adentré por un camino que sale a la derecha ( dirección la Aldehuela), situado después de unas ruinas que supongo habrán sido en algún tiempo remoto un molino. Hacía un par de años había visitado ese lugar, poco después de instalarme en esta ciudad, y ni los recodos del agua, ni las orillas estaban demasiado sucias. Peo lo que me encontré la otra mañana fue un estercolero: comenzaba ya dentro de esas ruinas y seguía por todos los rincones hasta la frontera que formaba un árbol caído. No voy a describir ese estercolero pues cualquier lector se lo puede imaginar: botellas, plásticos, latas, algún colchón viejo, papeles?en fin los mismos deshechos conocidos.
Lo triste de este "descubrimiento" es que ese pequeño rincón, junto a "el Cabildo" es realmente hermoso y rico en aves y plantas. Son las mismas orillas por las que el que escribe estas líneas, salmantino de nacimiento, pasó numerosos días de la infancia, que recuerdo y guardo dentro de mí como un magnífico tesoro. Sabemos que los momentos y sucesos placenteros de la infancia no se olvidan nunca. Y nunca se me han olvidado aquellas mañanas y tardes de domingo explorando con un amigo las orillas del Tormes, llenas de ranas, peces, nidos de pájaros, rebosantes de vida como nuestras vidas de niños. Esas vivencias forman parte de mi identidad profunda, como de la de miles de salmantinos de mi generación.
Hay cambios y pérdidas que no podemos evitar; las ranas han desaparecido, muchas especies de peces, de cangrejos, de grillos o saltamontes ya no existen. Pero hay pérdidas o deterioros que sí podemos evitar, la debida a la suciedad humana sí podemos y debemos evitar: todos tenemos la responsabilidad de que esos miles de niños y jóvenes que pasean en bicicleta por sus orillas ( nuestros hijos y nietos) puedan también explorar los misterios de la naturaleza, más allá de los carriles-bicis visibles. Esos aprendizajes son tan esenciales como los conocimientos que adquieren en el colegio.
En toda Europa, también en España, hay una semana dedicada a concienciar de los males que nos produce el tráfico rodado. ¿Por qué no decidir en Salamanca una semana de recuperación de estas orillas, que son de todos nosotros y de las generaciones que vienen detrás?