Limpio la comisura de tus labios y veo en tu piel las luces encendidas del corazón violeta de mi padre, todas las nubes rojas de mi infancia girando unos segundos sobre ti. El sol derrama tras las cristaleras una fragancia de oro maternal. En tu fragilidad pasean gorriones con el plumaje de color manzana. Entro en tu voz tan débil y apagada como una lagartija entre las grietas de un tiempo luminoso que ambos vimos. Al contemplarte vuelvo a ser azul igual que tu mirada en los geranios. Tus ojos son los bordes de un crepúsculo que no oscurecerá dentro de mí.