OPINIóN
Actualizado 24/09/2017
Redacción

Ahora que acaba de iniciarse el otoño y el tiempo nos convida ?como expresara Fray Luis de León, en su maravillosa oda al licenciado Juan de Grial, uno de los poemas más hermosos de nuestra lengua? a los estudios nobles, a realizar cada uno nuestra tarea personal en la trillada senda de lo cotidiano, es bueno que hablemos sobre la importancia de la lectura, como uno de los más eficaces medios de que dispone el ser humano para acceder al ámbito más excelso de todos, que no es otro que el de la cultura, de la civilización y del humanismo.

La lectura nos abre la mente, nos hace universales, nos permite comprender que, en el mundo, no solo estamos nosotros, sino los demás; no solo está nuestra cultura, sino las de los demás; no solo están nuestros valores, sino también los de los otros. La lectura nos hace comprender que la estancia del ser humano en el mundo constituye una hermosa aventura, que nos cartografían los libros, a través de la belleza de la palabra conseguida.

Por ello, ahora que acaba de iniciarse el curso escolar, soñamos con que los maestros y los profesores inculquen a los niños y adolescentes la pasión por leer, como una de las vías más eficaces para contar con ciudadanos cultos y humanizados, abiertos y dialogantes; con unos ciudadanos que valoren la importancia y la necesidad del mejoramiento de la sociedad en la que viven y del bien común.

Cada lector traza y dibuja, en la medida en que va realizando la práctica (silenciosa, personal, sosegada) de leer, su propio mapa, sus propias rutas, sus propios itinerarios como lector. Y no hay mapas uniformes, no hay rutas uniformes, no hay territorios uniformes.

Leemos, al iniciarse el otoño, algunos relatos póstumos del escritor uruguayo de culto Felisberto Hernández (hermoso el relato titulado "Úrsula", por ejemplo), el autor de ese volumen 'mítico' y de título tan asombroso de 'Nadie encendía las lámparas'.

Leemos el relato agradecido del hijo (Eliseo Alberto), sobre los últimos momentos de la vida del padre y su muerte en México, D. F., el gran poeta cubano contemporáneo Eliseo Diego, autor de 'En la calzada de Jesús del Monte', a quien tuviéramos la suerte de conocer y tratar en los cursos de verano de El Escorial, de la Universidad Complutense.

Leemos, poco a poco, en algunos momentos especiales de cada día, la poesía del gran poeta irlandés William Butler Yeats ("Soñé al despuntar el día, / el viento traía la espuma del mar a mi nariz. / Pero la que yacía a mi lado / dormida más amargamente había visto / al maravilloso ciervo de Arturo, / al altivo ciervo blanco, saltar / de cuesta en cuesta por los montes."), uno de los líricos europeos contemporáneos de referencia, con permiso de Rainer María Rilke, o de Paul Celan, a quienes también frecuentamos de continuo.

Lecturas, lecturas, lecturas, en un tiempo de incertidumbres, de desasosiegos, donde parece que el diálogo no pudiera abrirse camino, cuando es más necesario que nunca, cuando es una de las vías civilizadoras más eficaces.

En un tiempo en que parece que nadie quiere, que nadie está dispuesto a encender las lámparas, más necesarias que nunca, a iluminar este presente, para que no se estanque, para que no nos estanquemos, para que se abran vías por las que todos podamos transitar.

Fotografía: Vocento

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