OPINIóN
Actualizado 20/09/2017
Miguel Ángel Perfecto

No es mi intención hablar de las razones de los desencuentros actuales entre ciudadanos de Cataluña y España que han desembocado en su deseo de independencia de España, ni de los políticos de una parte y otra, responsables de que hayamos llegado a esta lamentable y terrible situación. En el momento actual y con las posiciones tan enquistadas porque ya nadie escucha, ni de un lado, ni del otro, apenas sirve razonar acerca de las motivaciones económicas, sentimentales o identitarias que han llevado a este desastre.
Mi intención es sencillamente dialogar desde el corazón y describir el desconsuelo que como castellano y amigo de Cataluña me producen los acontecimientos que estamos malviviendo.
Conocí por primera vez Cataluña en un viaje de estudios por Tarragona, Barcelona y la Costa Brava a comienzos de los años 70, admiré sus monumentos medievales, la herencia de los reyes de Aragón durante su periodo catalán y me sumergí en esa increíble costa, desgraciadamente ya contaminada por un turismo imperialista que empezaba a crear establecimientos donde solo se hablaba alemán e inglés.
Mi recuerdo de Barcelona fue imborrable, en los inicios de los años 70, Barcelona me resultaba a mi ciudadano del interior conservador de España, una ciudad cosmopolita, muy europea, abierta al mundo y extraordinariamente tolerante con otras costumbres religiosas, políticas o sexuales. Me llamó la atención la libertad con que vivían los gays en Barcelona frente a la feroz represión en que se movían en el resto de España.
Mi segundo encuentro a finales de ese mismo decenio, no tuvo un carácter de ocio, fue más bien político, se aceleraba el proceso de Transición democrática y en todas las regiones españolas se estudiaban modelos políticos que no fueran centralistas y permitieran la convivencia e integración de culturas e historias diversas, sobre todo estábamos preocupados por la forma de integración democrática de Cataluña, el País Vasco y Galicia, si bien andaluces o valencianos también exigían respeto por su idiosincrasia.
En Paredes de Nava, se había constituido un poco antes el Instituto Regional Castellano Leonés que lideraba el profesor de la Universidad de Salamanca José Luis Martín Rodriguez al que acompañábamos personas de toda Castilla y León mayoritariamente universitarias que pululábamos en la Plata-Junta, esa unión de la oposición democrática que luchaba por la democracia y las libertades.

El Instituto Regional Castellano Leonés pretendía defender el enorme legado histórico de Castilla y León y reivindicar el abandono sistemático por parte del Franquismo de esta Región histórica que tuvo un papel fundamental en la construcción de España.
Lamentablemente, el Franquismo había jugado con un discurso centralista donde Castilla y la lengua castellana se convertían en el centro de su política represora de Cataluña, País Vasco y Galicia. Con este bagaje nos presentamos en Barcelona en 1976 para explicar en un encuentro clandestino celebrado en la Universidad de Barcelona donde estaban representados los movimientos políticos y sociales de toda España que Castilla y León no solo no era franquista, sino que habíamos estado abandonados durante 40 años por el Gobierno de Franco como demostraba la ausencia de comunicaciones, la falta de industria, el abandono de la agricultura y como consecuencia, la despoblación y las migraciones de jóvenes tanto al extranjero como al Pais Vasco y Cataluña, las zonas más desarrolladas de España. En esa multitudinaria reunión con el profesor José Luis Martín como ponente queríamos exponer que Castilla y León no era enemiga de nadie pero que también tenía derecho a existir y a recibir del Gobierno y las instituciones un apoyo para los múltiples problemas que la aquejaban.
El encuentro como no podía ser de otra manera en aquelos tiempos acabó en el convento de los capuchinos de Sarria cercado por la policía y escapando como pudimos.
Sin embargo, nos quedó claro después del estupor que produjo nuestra reivindicación de Castilla y León que podíamos vivir todos juntos, cada uno con sus propias costumbres y su cultura y que la democracia y el respeto, incluso desde posiciones bien diferentes, eran la base de la convivencia pacífica.
Hay una frase muy típica que repiten los argentinos cuando dicen "no se en qué momento se jodió la Argentina" y yo añado, no se tampoco en qué momento se inició una sordera colectiva comenzada por los políticos de uno y otro bando y que ha ensordecido a una parte importante del pueblo de Cataluña.
Para los independentistas catalanes, el otro denominado españolista, o simplemente traidor o botifler que significa lo mismo es alguien a despreciar, todo lo malo procede de él, y es el enemigo a batir, tanto si da sus razones como sino, no se le escucha, no se le tolera, es sencillamente el enemigo. Y esta situación ha creado algo vergonzoso que muchos ciudadanos del resto de España les respondan de la misma manera.
Se ha quebrado así el principio del respeto, base para construir puentes de diálogo que permitan llegar a acuerdos que no desgarren la sociedad española y la propia catalana.
Aquella Barcelona, cosmopolita, respetuosa con opciones políticas, sociales, sexuales o religiosas diferentes, aquella Barcelona europea e integradora del año 76 donde el idioma no era ningún problema ya no existe o por lo menos yo no la he visto en mis múltiples y subsiguientes viajes a Cataluña y a Barcelona donde consrvo muy buenos amigos. Con cariño y afecto a Cataluña y al pueblo catalán desgarrado por una profunda división os deseo lo mejor pero me entristece que una parte de la ciudadanía catalana no quiera que vayamos en el mismo barco que nos ha traído un progreso social de primera magnitud en los últimos 40 años de nuestra ya larga historia en común.

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