En ocasiones la tristeza nos vuelve el corazón más líquido. Todo lo que en apariencia no importaba a nuestros ojos adquiere otro color más ocre, otra medida. Y las pequeñas cosas que a diario equivocamos son, de repente, únicas, sustancias de la vida aún por descifrar, atisbos de la muerte.
Así es como los sueños vuelven al enjambre, como cosechan nuestras lágrimas, como dan forma a los minutos del reloj, una vez descombrados los recuerdos que de nada ya sirven, una vez conocidas las palabras y la piel del otro, animal herido.
Hoy es un día inevitablemente triste, a pesar de los pájaros. Todo tiene el olor del higo verde, de la salmuera y el vinagre, de la pomada que curaba nuestras letras cuando aún nada sabíamos del mar.
Pero el amor, ahora hecho cenizas, recupera su tacto y su armadura para volver a hacernos fuertes. Y la sonrisa nos protege con su luz y nos da el grito que nos falta para huir al fondo de las cosas.
No sé si el tiempo es una causa más de lo que no aceptamos. No sé si habrá en la piel lugar para otras manos nuevas. Si el beso que ensayamos cada noche podrá olvidar los labios. Si tu mirada aún sin germinar no volverá a chocar con los espejos donde nunca estuve.
Tal vez la ausencia aclare todas las preguntas que jamás haremos, tal vez nos cure de una vez y nos divida para siempre, tal vez te otorgue un nuevo nombre, otra saliva.
Pero antes de que el nudo se deshaga escucha mi silencio, llora acaso, no enardezcas tu odio y tu rencor, tu prisa por morder otra manzana.
Los dos habremos de morir y será útil nuestro olvido, quizá memoria alguna vez, migas del tiempo. Y será esta la manera de soñar más alto. Lejos del corazón y sus novelas. Lejos de tu perfume y tu sudor, después de humedecer las sábanas, de resolver sin tu recuerdo el crucigrama de la vida.
Hoy es un día triste, como tantos otros, quizá un fragmento de la historia aún sin escribir, un tránsito a otro orilla más real, una mentira que jamás pensé.
Porque jamás tendré tu vientre y su promesa. Porque la mente derrotó a la sangre. Porque la sal de la rutina disolvió tu sombra. Porque quizá tampoco fuiste mía entonces.
Y sin embargo qué lejos ahora tus caricias. Qué frágil tu cariño. Qué falsas tus pupilas. Qué absurda tu venganza.