OPINIóN
Actualizado 18/09/2017
Paco Blanco Prieto

La deriva independentista que han tomado muchos ciudadanos catalanes, con más ofuscación, ilegalidad y empacho soberanista, que oportunidad, respeto y cordura, concluirá en frustración y quiebra social sin precedentes, sea cual fuere el resultado y lo que suceda el 1 de octubre, porque al día siguiente todos estaremos lamiéndonos las heridas.

Junqueras habla de dignidad y Mas de dinero, mientras Puigdemont hace chistes y chascarrillos con esteladas al viento, sin que alcancemos a ver trato indigno a Cataluña por parte de nadie, ni problemas en resolver aquello que pueda arreglarse con dinero; ni sonríamos antes las inoportunas gracietas del honorable.

No parece razonable que las actitudes y argumentos esgrimidos por los independentistas puedan llevar, nada menos, que a la emancipación, salvo que el fanatismo político como religión de los segregacionistas esté impidiendo la sensatez que deseamos la mayoría, para vivir en paz en un Estado federal.

A los comportamientos, razones, mentiras, manipulaciones y abusos, se añade el sincero afecto a esa tierra, la secular hispanocatalinidad, el centenario paisanaje, la afinidad comunitaria y el bloqueo intelectual, como causas de incapacidad para comprender el anacronismo y quebranto que representa la segregación territorial catalana, en un mundo que camina hacia la integración, el interculturalismo, la globalización, el mestizaje y la unidad.

Tal incomprensión lleva al desconcierto; y el sentimiento afectivo, al dolor, por las consecuencias de ruptura vecinal que sufrirá esa comunidad con semejante desatino, más preocupante que todas las dificultades legales, económicas, políticas y comunitarias que esperan al pueblo catalán.

Alguien tiene que decirle a los segregacionistas que la mayoría de españoles no somos jacobinos, ni despreciamos sus legítimas aspiración a mejorar, ni tenemos recelo alguno. Los independentistas deben saber que la mayoría de ciudadanos de otras comunidades autónomas estiman Cataluña, respetan a los catalanes, aceptan su fortaleza identitaria, valoran su trabajo bien hecho, agradecen la solidaridad demostrada, admiran su esfuerzo, ponderan sus ideas y están dispuestos a aprender de los catalanes aquello que puede serles útil, ofreciéndoles a cambio cuanto ellos necesiten, pero no hagamos experimentos con pólvora humana, de consecuencias imprevisibles.

Con minoría de votos ciudadanos ya demostrado en las urnas; quebrantando el Estado de Derecho; malversando fondos público; marginando disidentes; sin apoyo internacional; arrollando la democracia parlamentaria; pateando leyes en vigor; manipulando la historia; despreciando directivas comunitarias; promoviendo la fractura social; y fomentando la aversión a los "españoles", no puede llegarse a nada bueno. No, amigos, así no.

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