No sé por qué extraña razón sigo vivo. Parece no ser muy frecuente cuando se llega al hospital con una disección de aorta de tipo A de Stanford. Lo primero que siento puede decirse que es agradecimiento y una deuda eterna.
Mi familia, sobretodo mi mujer por su entereza y entrega, como todos sabemos a nivel heroico y a mi hermana el tiempo que pudo estar. Mis hijas, más que por lo hecho porque han sido el motivo para luchar. Asumí que iba a morir, al cardiólogo le pedí la verdad y me la dio, a mi mujer se lo dije claro y tranquilo, aunque ella achaque el mérito a la morfina:" he tenido una vida plena, la he disfrutado y he hecho aquello en lo que creí ". Por lo tanto, se puede decir que no he sido consciente de tener miedo a la muerte. Otro cantar es la dignidad ante el sufrimiento.
Sí he tenido miedo de perder la cabeza y para eso tenía la imagen real de la cara y la vida de mis hijas, también recordé a mi padre y luego ya la cabeza al ciento cincuenta por ciento mezclaba historias y personajes bajo el efecto de las múltiples drogas y con una tensión disparada difícil de controlar. Mi madre con una fuerza que yo no creo que tuviera si le pasase algo así a alguna de mis hijas, para ellas reservo todas mis oraciones.
Considero desmesurados los amigos, es como si hubieran trazado un muro a este lado de la frontera. Eugenio siempre presente, Jorge y Marta excepcionales y a José Carlos le tocó soportarme una irónica noche de inaceptada invalidadez física. Debería nombrar a todos, José Luis, Manuel, los educadores y chicos de Santiago, profes de la Milani, antiguos scout, amigos del pueblo, etc.
Supongo que no he sido un buen paciente por lo que pido disculpas a quien haya podido ofender. Me declaro admirador y por supuesto muy agradecido al doctor David que me diagnosticó como cardiólogo, a todo el equipo de cardiología, al equipo de la UVI y especialmente a la doctora Arnáiz por la que tengo verdadera devoción, no sólo por su sobresaliente y milagrosa operación, sino también por su humanidad.
No he visto ninguna luz al final del túnel y he tenido un trato privilegiado por lo que no me quejo de nada y ni siquiera me siento desafortunado. Sí que puedo entrever, otra muerte y me ayuda a solidarizarme con los invisibles, la muerte que provoca la dictadura de los mediocres. Me refiero a lo que pasa cuando nos acomodamos y somos insensibles a la vida de los demás.
Todo esto me permite entender mejor a mi madre, a las personas mayores y a los múltiples desplazados por las rutinas de la sociedad de consumo.
Sentirme orgulloso de mis hijas, disfrutar de su camino y enfrentarme a mi vida emocional es un reto eterno en el que sigo estando. Espero aprender en este tiempo de baja y reencontrarme, reinventarme, redefinir relaciones y estar listo para cuando alguien me busque.