OPINIóN
Actualizado 09/09/2017
Ángel González Quesada

"(...) como si la utopía fuese, no el premio por un error maldito, sino la claridad a la que se expone el hombre".
EMMANUEL LÉVINAS, El ser y el otro, 1976

Aunque la prisa sin sentido que define una forma de vida, la nuestra, carente de toda reflexión, crítica o pausa para pensarse, nos arroje a la afirmación y participación repetida y estúpida de cuanto gregarismo se proponga y cuanta masificación se anuncie, existe todavía una palabra casi mágica que cuida nuestra dignidad y preserva la individualidad, una palabra mal usada casi siempre y confundida en ocasiones con la oscuridad y la parálisis, pero luminosa y libre y dinámica como ninguna, brillante, hermosa, personal y espléndida; una negación que afirma más de lo que anuncia, que crea en su fuerza y ennoblece con su valentía: NO.

La negación creativa, ésa que abre puertas a la diferencia y a la individualidad, que procura pedazos de libertad al huir de la imitación y el seguidismo, que supone valor y lo expresa, que huye de la indefinición y la sucia equidistancia, es una necesidad que se hace cada vez más patente en un mundo de imitación, vulgaridad, agrupamiento de la nadería y triunfo del dirigismo y del rebaño. NO.

Decirle NO al falso sentimentalismo de imitación novelera y a la aceptación de la costumbre como forma de vida. NO a negar la utopía.

Decir NO a lo impuesto por tradiciones y ritos machistas y empobrecedores, ridículos o de un contenido tan chabacano y pueril que cualquier espejo quebraría de vergüenza también propia. NO a la poquedad del servilismo mental, a la renuncia al pensamiento creativo... NO a la sumisión.

Decir NO. A la renuncia a la propia identidad en base al gregarismo de nacionalidades, patrias, pertenencias, banderas y banderías, brazaletes, desfiles y rituales de la sumisión que anulan y cercenan la posibilidad de la dignidad, de la propia opción, del posicionamiento personal y la lucha individual por aquello en que se cree.

Decir NO a la renuncia al amor para atender las expectativas de quien no ama, y decir NO a sumirse en una vida oscura de ventanas cerradas a la felicidad de amar, ignorando con el sí de la costumbre y la resignación el aire de vivir, la alegría del recomienzo y la respiración de lo auténtico. NO a ti que me encarcelas. NO a quien me empobrece. NO a quien me tapa la boca.

Decirle NO al desamor y a la crueldad. A la falsa amistad y al cariño interesado. NO al abrazo mentira y al beso de compromiso. NO al dolor. NO a los recovecos de la palabra, a la insincera verborrea, al grito extemporáneo y al ruego insolidario. NO a la mentira.

NO a los dioses vengativos y sus bendiciones a plazo. NO a la piedad de ida y vuelta. NO a la apariencia. NO a al no que niega el NO que afirma.

Decir NO. Afirmando con esa negación lo más hermoso de la libertad que es la posibilidad de la creatividad inacabable, de la utopía, del pensamiento libre, de la dicha de sentirse persona sin ataduras ni espacios cerrados ni numeración que acote ni definición que inmovilice ni norma que aplaste. NO a la envidia, a la mediocridad, a la mala sangre, a la sinrazón, a la violencia, al embuste y a la brutalidad. NO al racismo, al machismo, a la política rastrera de interés, a la usura, a la avaricia, a la venganza y a la muerte.

NO a la manipulación y a las coartadas de la decencia. NO al acoso a la libertad de elegir. NO a la mezquindad de las afirmaciones huecas. NO a cada sentencia injusta, a cada estado de cosas desigual, a cada sufrimiento y a cada grito. NO a la mediocridad y, sobre todo, NO al sí impuesto.

NO al NO que gira sobre sí mismo.

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