OPINIóN
Actualizado 07/09/2017
Redacción

El Parlamento de Cataluña ha aprobado la ley del referéndum, una norma a todas luces contraria a derecho. La decisión del independentismo catalán es un buen ejemplo de una mala política: la que pretende dar primacía al espacio sobre el tiempo, la que quiere resolver de forma inmediata un conflicto sin utilizar el diálogo ni el respeto al marco constitucional. La ley, cuando es contraria a la Constitución, no salva y se convierte en una forma de violencia. Hay un porcentaje importante de catalanes que quieren la independencia pero este no es, seguro, el modo de darles respuesta. Lo que hizo ayer el Parlamento de Cataluña es un caricatura de la peor democracia liberal: utilizar una mayoría de diputados, que no de votos, contra una amplia minoría de votos, mayoría de escaños, para imponerse en contra de lo dictado por el Tribunal Constitucional. Si algún día llega la independencia a Cataluña tendrá que ser por otros cauces.

La ley que ahora el Gobierno debe hacer cumplir, no obstante, tampoco salva. La democracia se basa en el cumplimiento de la ley pero también en un proceso deliberativo constante a través de los canales parlamentarios y de canales informales en el que los sujetos públicos se narran, concuerdan y redefinen continuamente el proyecto común. La nación es algo vivo que, ante nuevas circunstancias, renueva sus vínculos esenciales. Esa renovación es tarea de todos, pero en este momento difícil es tarea especialmente del Gobierno.

El diálogo, rechazado por unos, debe ser el arma de quien tiene la ley de su lado. Diálogo con los partidos constitucionalistas, diálogo con los independentistas que no quieren saltarse la ley, diálogo con todos. Las palabras de Francisco, tras la recogida del Premio Carlomagno, son un programa, también en estas circunstancias: "Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es ésta: diálogo. Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando por todos los medios de crear instancias para que esto sea posible y nos permita reconstruir el tejido social. La cultura del diálogo implica un auténtico aprendizaje, una ascesis que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido; la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones".

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