OPINIóN
Actualizado 07/09/2017
Juan José Nieto Lobato

En esta ciudad que bien pudiera haber sido la Vetusta de La Regenta si Leopoldo Alas "Clarín" hubiera sido catedrático de Derecho Natural en su universidad y no en la de Oviedo, es de sobra conocido que nos cuesta admirar con sinceridad los méritos del prójimo, alegrarnos con regocijo y verdadero gozo por los triunfos del vecino, del que preferiríamos que le fuera mal, peor que a nosotros, vaya, que estuviera jodido para ofrecerle con la boca pequeña nuestra generosa ayuda. De ahí que no me sorprenda que la figura de José Ignacio Hernández, recientemente nombrado director técnico de las selecciones femeninas de la Federación Española de Baloncesto, haya generado tanta controversia en el pasado. Nadie es profeta en su tierra, afirma Mateo 13:57, no sin antes recordar que se le honra en todas partes. En todas las otras partes.

También en casa, en realidad, pues José Ignacio puede presumir de "enemigos" de renombre, pero también de muchos y muy buenos amigos, amén de muchos otros conocidos que no podemos hacer otra cosa que reconocer el mérito de triunfar de esta manera tan evidente y tan improbable, habiéndose educado con sus colegas en el parque de Garrido, lejos del Madison Square Center o el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Porque se llama triunfar, no tiene otro nombre, el haber conseguido seis oros consecutivos en campeonatos continentales de formación, haber sido seleccionador absoluto y enfundarse un bronce en el campeonato del mundo, ser subcampeón de Europa, campeón de liga y copa con un equipo, Halcón Avenida, cuyo germen estaba en la universidad y en cuyo ascenso tuvo tanto que ver el bueno de Jose.

El bueno de Jose, sí, a quien ahora le toca recogerse, regresar a casa después de varios años en Polonia, donde estuvo contento, sí, pero lejos del hogar y las costumbres españolas que tanto le gustan. Su nuevo cargo le sitúa a la altura de Sergio Scariolo como capo del baloncesto femenino en España, un deporte que afronta la recta final hacia ese 2018 en el que la celebración del mundial debe confirmar que el "universo mujer" es algo más que un lema o una pancarta y en el que, vamos a ser ambiciosos, un buen campeonato de nuestra selección no es suficiente. Hay que crear escuela, ser reconocibles en nuestro estilo. Entusiasmar poniendo en valor esas características que diferencian el baloncesto femenino de su correlato masculino. Esa es la misión de José Ignacio.

La nuestra, en cambio, disfrutar. Huir de la mediocridad que inspira la atmósfera limitante de toda ciudad de provincias, ampliar miras y reconocer con gusto y franqueza los méritos de los demás, a quienes, contra lo que dice el rumor popular, nada les es regalado o llovido del cielo. Dar a cada uno lo suyo y, en este caso, al Jose, como se le conoce habitualmente en su barrio, lo que es del Jose.

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