Tras el espejismo de eternidad y plenitud que todo verano comporta, llega un momento en el que, debido al mero transcurrir de los días, el oro vacacional termina convirtiéndose en ceniza, o en debilitado oleaje que nos devuelve a las playas del nuevo ciclo, del nuevo curso, para volver a recomenzar una andadura sobre la que ya sabemos casi todo, como Sísifos atados a una condena ya bien aprendida.
Hay que cambiar de agenda. Hay que ir trazando los nuevos hitos que nos trazamos, pues todo recomienzo está plagado de buenos propósitos, que luego el paso de los días nos irán matizando y desmintiendo incluso.
Vivimos un tiempo de sequías varias. La falta de lluvias, las sucesivas olas de calor, casi desde que el año comenzara, nos han traído una extrema sequía, que se percibe incluso en las masas boscosas, que, a finales de agosto, ya muestran moteados colores otoñales, con ese color tostado de las hojas secas, que observamos por aquí y por allá.
Sergio del Molino, en un libro homónimo de éxito, ha puesto en boga entre nosotros el sintagma de la España vacía. A tenor de los innumerables incendios con que hemos sido castigados por aquí y por allá, podríamos hablar también de la España quemada, o incendiada.
En un momento de calentamiento, de cambio climático, que un país como España, por rencores, intereses e irresponsabilidades varias, pierda masa forestal, pierda vegetación, con las graves consecuencias de desertización que conlleva, es un gravísimo perjuicio para todos, para toda la sociedad. Porque España, por su situación en el planeta es uno de los países que corre más peligro de convertirse en erial o desierto.
Hemos de evitar las desolaciones que causa nuestro país vacío (en Castilla y en León sabemos mucho de despoblación y envejecimiento, pese a que apenas se remedie tal problema), nuestro país incendiado por gentes e intereses que atentan contra el bien común.
Algunos incendios de este verano y también de los últimos meses han afectado a nuestra tierra, a nuestra comunidad. Podemos citar enclaves que se suceden como las cuentas de un rosario: La hermosa y ancestral comarca leonesa de La Cabrera, antes también el área de El Bierzo del mítico Valle del Silencio; Fermoselle, en Las Arribes zamoranas; el Gredos abulense de Hoyocasero; en la Sierra de Francia ?menos mal que se atajó de inmediato?, unas llamas en el arbolado entre Madroñal y Cepeda? Para qué seguir con una enumeración dolorosa, porque destruye impune e irresponsablemente el corazón de nuestro país, de nuestra tierra.
Incendios varios y de varios tipos los que padece nuestro país en estos días, en este tiempo. De algunos, hemos hablado en artículos anteriores; sobre otros, lo haremos más adelante.
Menos mal que la lluvia de finales de agosto trae ese frescor y esa serenidad que proporciona el frescor, el agua. Frente a tantos calentamientos y tantos calentones.