Da igual que sean una mujer ensimismada o un voluptuoso gato quienes reciben el oro solar del crepúsculo vespertino. En esa transición, ya perceptible, entre los últimos oros del agosto y del verano y los primeros del otoño que ya van asomando , segu
Da igual que sean una mujer ensimismada o un voluptuoso gato quienes reciben el oro solar del crepúsculo vespertino. En esa transición, ya perceptible, entre los últimos oros del agosto y del verano y los primeros del otoño que ya van asomando, seguimos necesitando la luz para cargarnos de vida, para seguir en comunión con todo lo creado: montañas, árboles, muros, bancos... Porque a todo -como a nosotros también- es la luz quien da esa significativa presencia que nos individualiza y que nos salva.
José Luis Puerto (Texto) / Rosa Gómez (Fotografías)
(La Mirada).- Atardecer en La Bastida, entre la Sierra de Francia y Las Quilamas