OPINIóN
Actualizado 30/08/2017
Juan Antonio Mateos Pérez

"¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenía

El camino hacia Dios es un proceso interior, a veces largo y costoso. Un proceso de contemplación y purificación, hasta quedarse en un no sabiendo y toda la ciencia transcendiendo (Juan de la Cruz). La Verdad nos interpela, nos busca de mil maneras, desde la interioridad del corazón hasta nuestra presencia con el hermano, ordenando la cotidianidad hacia su presencia misteriosa e inefable. El hombre es un ser inconformista, necesita de Dios, como los anfibios del oxígeno, su búsqueda puede ser larga pero no infructuosa. El ser humano en su hondura debe comprenderlo todo, hasta la religión o el misterio, sin convicciones absolutas, desde una luz tenue y frágil, desde la humildad del fragmento hasta que lleguemos a movernos en el ámbito del silencio, desprendidos de todo ropaje religioso.

Hace unos días acompañábamos en encuentro con el misterio a Edith Stein, que desde la psicología y la fenomenología, no cortó la posibilidad del misterio, encontrando la verdad en las obras de Santa Teresa de Jesús. Así lo entendió también Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, que llegó a decir que el pensamiento que no se decapita acaba en la trascencencia. Nos apuntó Herder, que la religión tiene que ver con el hombre entero y no sólo con su razón. Kant nos dio la clave, vinculando estrechamente la metafísica a la antropología, así lo plasmó en sus tres famosos interrogantes, qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar. Si llegamos al fondo, comprenderemos que Dios es la referencia humana más esencial e inevitable, esa es nuestra esperanza.

La historia del encuentro con Dios está llena de grandes creyentes, algunos nos pueden llamar la atención por su trayectoria personal (Abrahán, Moisés, Amós, Jeremías, Newman, Blondel, Dorothe Sölle, Rahner,Congar, etc.). Otros más pequeños, como San Agustín, han encontrado a Dios siendo adulto, en la cotidianidad de lo humilde y cotidiano, puede que después de un largo periodo de indiferencia religiosa, de rechazo o agnoscismo. Para volver a él nunca es tarde, porque Él siempre está con nosotros. Descifrar a Dios en nuestro ser, parte del hecho de que el hombre es también un misterio y lo necesita para su definición la búsqueda en brocal de su humanidad, y preguntarse, quienes somos y de dónde venimos. Es por lo tanto, una búsqueda existencial, y en ella nos topamos con muchos factores: la ciencia, la afectividad, la antropología, el arte, la sociedad, la técnica, haciéndose necesaria e ineludible la religión. En el fondo de todas esas mediaciones accedemos al recóndito misterio de la condición humana, que podemos ir descifrando gracias a la memoria.

En el libro X de las Confesiones, San Agustín se pregunta, ¿Quién soy yo?, respondiendo en líneas posteriores, soy un hombre. Desde la pregunta de su humanidad despliega su búsqueda de Dios en diferentes planos existenciales, de la moral y del alma, pero también del pensamiento y la idea (Guardini). El camino del alma y silencio es fundamental, pero no lo es menos decisivo el de la memoria. Todo recuerdo proviene del mundo sensible aunque después lo sobrepase y apunte hacia el misterio, desprendiéndose de los sentidos. La memoria es la verdadera virtud, el ser y la memoria es el mismo meollo de mi alma, nos recordaba el obispo de Hipona. Así, vuelto hacia el mundo interior, purificado de todo saber, se adentra en el misterio del rostro amado, fuente viva de amor, vida, memoria y esperanza.

En ese todo del silencio, la búsqueda de sentido es necesaria, es allí donde el misterio la metafísica se transciende en mística, en poesía. Más allá de toda razón, memoria y voluntad. En la sociedad de las comunicaciones y la tecnología, es urgente y necesario hacer espacio en la memoria para el silencio, no solo en el hondón interior, también en los espacios que habitamos en la cotidianidad de la existencia. El silencio es el eco de fondo para adentrarnos en el misterio, es la respiración del alma, es el lenguaje de Dios.

El misterio, como el ser humano y los pueblos tienen grandes obligaciones contraídas con el "recuerdo". Sin memoria se perece. El hombre, las sociedades y la religión siempre vuelven a sus orígenes en busca de su identidad en momentos de profunda crisis. Se hace necesario recordar que los orígenes y la tradición no lo son todo, ahí está el momento presente para vivir con intensidad el silencio. Las religiones son para los hombres que viven el misterio, cada generación aporta su impronta y posee también su dignidad. Sin memoria y sin presente la búsqueda del misterio se evapora en la niebla del fundamentalismo, que olvida la historia y demoniza el tiempo vigente.

Desde la memoria buscamos el misterio desde la humildad del silencio, para vivirlo y gustarlo en la cotidianidad del presente. Lo importante no es solo el destino, sino el camino mismo. Son muchos los caminos que nos abren al misterio, uno de ellos es el transitado por Jesús de Nazaret, su resurrección es una cifra para la esperanza. Ahora es necesario de nuevo el silencio, sabiendo que las huellas del misterio anidan en nuestro corazón, el camino es largo, pero se hace más llevadero si lo recorremos junto a otros, ayudando a solucionar problemas, buscando la solidaridad y la justicia, animándonos en el camino y compartiendo de vez en cuando. "Caminante no hay camino, sino estelas en la mar".

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