Ahora pienso en ella, en aquella mujer con las carnes abiertas, con el alma rota y el corazón galopando, haciendo herida sin detenerse a las 5.05 horas de la madrugada
Eran las 5.05 de la madrugada. A Lupe, su amor, no le dejaron entrar en la habitación.
Manolete moría para el mundo y entraba en la leyenda del toreo, de Linares a la eternidad. De eso, de aquella madrugada, hace hoy 70 años. Lupe, al otro lado de la pared, no pudo darle el último beso, ni cerrarle los ojos, ni acariciarle la frente ni decirle al oído que fuese libre. Vuela, amor mío.
Ahora pienso en ella, en aquella mujer con las carnes abiertas, con el alma rota y el corazón galopando, haciendo herida sin detenerse a las 5.05 horas de la madrugada, cuando se pararon los demás relojes.
A Lupe la mató también aquel toro que la dejó viuda sin alianza, apátrida en tierra de rapaces, susurros y verdades a medias. Lupe, la bellísima hija del jornalero, era la mujer liberal y de izquierdas a quien el nacionalcatolicismo más rancio ensució de barro y olvido. En aquella España 'una, grande y libre', ella fue única, la única grande y libre.
A Lupe la ningunearon, la sentenciaron al silencio y al olvido. Al otro lado de la pared, solo una puerta. Condena, dame condena, corazón. Solo ella adoró al dios en vertical. Solo ella consoló al hombre en horizontal y lo sostuvo allá donde se pierden los que en verdad se aman.
Valiente Lupe, Lupe amorosa estigmatizada por la España de las mantillas y los aménes, por la avaricia de unos cuantos y ese mangoneo oscuro que perdura como una losa en voz baja, siempre al otro lado de la pared.
A Lupe, su amor, no la dejaron entrar en su habitación y besarle, y cerrarle los ojos, y acariciarle, susurrarle un "te quiero" al oído. No conozco en el mundo mayor condena, mayor tormento. Te lo digo yo, Lupe, que sí conozco el sabor del último beso, el susurro de la despedida en mis labios.
Unos salieron del hospital con un cortijo nuevo en el bolsillo. Lupe salió sola, con un tabacazo en el corazón y las sombras acariciando su pelo para devorarla. Lupe, amor mío.
Manolete, el torero, entraba en la gloria, se hacía eterno esa madrugada, esta madrugada. De eso hace hoy 70 años.
Manuel Rodríguez, el hombre, solo se murió de verdad el día que ella cerró los ojos y dejó de pronunciar su nombre. Amor mío.
Ana Pedrero