OPINIóN
Actualizado 27/08/2017
Paco Blanco Prieto

Solamente un soñador, romántico inusual, espíritu libre, creador ensimismado, y enamorado del oficio puede oír la voz de la piedra rústica y abandonada en canchales, riberas, arcenes, muladares y sentinas, cuando la materia inerte habla de los perfiles y formas ocultas en su pedregosa médula, como le sucede a Severiano Grande en sus conversaciones íntimas con guijarros inexpresivos para el resto de los mortales, que Seve hace hablar con juvenil espíritu, sustentado en el frágil cuerpo de ochenta años que con humor pasea por su taller de Mozárbez junto a Isabel, inseparable compañera que embridó amorosamente su desbocada vida.

Este escurialense salmantino, peregrino incansable por distintas geografías, terminó avecinado en el campo charro junto a Salamanca, donde tiene espacio el santuario de sus creaciones, entre multiformes bloques de piedra, incipientes bocetos escultóricos, roldanas encadenadas, raíles de transporte y silencio cenobial.

En ese oratorio escultórico pasa Seve los días con infatigable denuedo, pues nada le complace más que la escultura y la poesía, de la que su hermano Félix Grande es vivo recuerdo en su memoria, prestamista poético y faro en las turbulentas agitaciones anímicas de su espíritu inconformista y convicto izquierdista sin militancia partidista.

Zacarías González y Manuel Gracia le enseñaron a manejar los pinceles, y Damián Villar, a doblegar el barro. Pero fue en el taller barcelonés de Capdevilla donde quedo definida su vocación escultórica hacia el cincel y la maceta, siendo vigilado de cerca por un guardia civil mientras esculpía el monumento a la benemérita que se expone en el Cuartel de Gracia, tallado en piedra de Bará.

No es grande Seve por su apellido, sino por la desmedida alma que alberga su cuerpo, por la generosidad de su espíritu, la humildad de su carácter, el amor al oficio, la sensibilidad artística, el gesto de galanura, la sabiduría de su palabra y el compromiso social que impregnó su juventud y aún mantiene, a las puertas del octogenario cumpleaños.

La pasión de Severiano por la piedra; su vocación por la escultura; la solidaridad que atesora; su afición a la tarea; el gusto poético; y su afinidad con la pintura, dan vida, cuerpo y alma, al espíritu humilde de Severiano Grande, donde guarda la pequeña frustración de no haber cumplido la voluntad de vivir en Egipto, tierra madre prometida que ignora su epitafio, donde no asentará el mausoleo ya dispuesto en el jardín, cual tótem tallado por su mano, declarándole hombre honrado.

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