OPINIóN
Actualizado 26/08/2017
Ángel González Quesada

El veinticuatro de agosto de mil ochocientos noventa y nueve, hace dos días se cumplieron ciento dieciocho años (esta combinación de cifras y fechas aparentemente inconectables le hubiese despertado a Borges ninguna o mil interpretaciones cabalísticas), nació en Buenos Aires Jorge Luis Borges Acevedo, el mayor escritor en lengua española que han visto los últimos siglos, un absoluto genio de la literatura y el pensamiento y, probablemente, el artista más ninguneado por las instituciones culturales "oficiales" del mundo, a pesar de haber sido reconocido por muchas otras en vida y por muchas más ?servidumbres de la escatología de salón a que acostumbran los próceres- después de muerto. La repetida negativa a concederle el premio Nobel de Literatura o la mezquindad del Cervantes otorgado "a medias" en España ?ese no llegar nunca que nos ha convertido en comparsas- y otras demostraciones de la medianía intelectual de la oficialidad cultural, no han rebajado, por supuesto, ni el prestigio ni el interés creciente que Borges despierta en nuevas, antiguas e intermedias generaciones de lectores y pensadores, que desde su muerte no encuentran sustituto ?tal vez no lo buscan- en la explicitación del genio intelectual sin alharaca, del talento literario absoluto ni del respeto y conocimiento y uso exacto de su herramienta de expresión, el idioma y la lengua, el lenguaje, como Jorge Luis Borges demostró en todas y cada una de sus obras.

Hoy, en medio de un torbellino de irracionalidad y absurdez políticas; inundados por la mediocridad de masas de boca abierta y miedosos, amenazados y, muy especialmente, cobardes para alzar la cara y mirar de frente la realidad que hemos ido creando por la indiferencia; hoy, desde un rincón de mundo en que el infierno se atisba, desde las prisiones de la incongruencia, desde la misma batalla entre dioses estúpidos y capitanes desorientados, desde una Europa medio viva en un mundo narcotizado, un poema de Borges, precisamente en sábado, y de sábado, y precisamente en este día de voces y manos alzadas y reyes de cartón y gritos hacia dentro y posturas y caras y lágrimas de cocodrilo, quizá sea la única forma de reconciliarse con la palabra, con la realidad, con el amor y con todo lo que hubiésemos debido pensar.

Sábados

Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
La tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura.

A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Está en ti la ventura
como la primavera en la hoja nueva.
Ya casi no soy nadie, soy tan solo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti está la delicia
como está la crueldad en las espadas.
Agravando la reja esta noche
en la sala severa
se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
Sobrevive a la tarde
la blancura gloriosa de tu carne.
En nuestro amor hay una pena
que se parece al alma.


que ayer solo eras toda la hermosura
eres también todo el amor, ahora.

JORGE LUIS BORGES, Fervor de Buenos Aires, 1923.

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