OPINIóN
Actualizado 25/08/2017
Marta Ferreira

El inefable Alfonso Dastis, ministro de Asuntos Exteriores, ha vuelto a provocar la polémica. Otras veces ha sido por su proverbial incapacidad para expresarse de modo medianamente fluido. Nos hemos preguntado en esos casos cómo es posible que el presidente del Gobierno elija a alguien manifiestamente incapaz para comunicar mensajes con cierta rapidez y destreza, en un departamento en el que resulta esencial tal capacidad. Sí, cierto, es una persona que ha ejercido muchos años de embajador y que por lo tanto reunía los requisitos que la ley marca para optar al cargo, pero ser ministro va más allá y cada dos por tres el pobre Dastis ?que, por otro lado, me parece una buena persona- da una imagen que te hace pensar que para ser ministro en España solo se requiere que te elija el presidente. Pero la polémica de esta semana protagonizada también por él, denota otra vez que hay dos varas de medir en nuestro país: una para los políticos con poder y otra para el resto.

El ministro, como cualquier hijo de vecino, decidió irse de vacaciones, en este caso a Ecuador, acompañado de su familia. Bueno, hasta aquí nada, hizo lo que muchos. Donde viene el escándalo es cómo materializó su derecho. En este caso, el embajador español en Ecuador le invitó a alojarse en nuestra embajada, beneficiándose de todos los privilegios anejos: alojamiento, comidas, coches?Vamos, que se ha tomado las vacaciones al más puro estilo gorrón: a costa de todos los españoles, que somos los que financiamos con nuestros impuestos las embajadas en el extranjero.

¿Qué denota todo esto? Falta de sensibilidad democrática, eso tan poco valorado en un país como el nuestro con instituciones democráticas pero escasa asunción de sus valores. Y la democracia son ambas cosas: sin leyes, sin instituciones, no hay democracia, pero si los ciudadanos y los políticos en primer lugar no asumen en su práctica cotidiana esos valores insertos en la Constitución y las leyes, estaremos en una democracia, pero de baja calidad, de pobre espesor. Y no hay que olvidarlo nunca: los primeros en dar ejemplo han de ser nuestros representantes, que para eso lo son, entre otras cosas para mostrar a los ciudadanos cómo debe actuar un demócrata. En este caso Dastis ha dejado bastante que desear.

Cuando la noticia saltó, inmediatamente los afectados recurrieron a lo de siempre: pero si vosotros lo hicisteis antes, cómo tenéis tanta cara. Pues si fue así, critiquémoslo también. Ambos son unos impresentables. Exijamos a todos otros comportamientos, exijámosles que sean siempre ejemplares, y si no, que se vayan. Que, además, como están montados en el dólar, tampoco lo van a notar demasiado. Como ha ocurrido hace poco con el cónsul español en Washington, que por hacer el gilipollas a cuenta de la reina, se ha ido a la calle, y bien hecho. Pues al ministro Dastis habría que aplicarle la misma medicina.

¿Era tan difícil al señor ministro, bien retribuido que está, comprender que las vacaciones se las paga uno de su bolsillo, y si el embajador en Ecuador quiere invitarle, que lo haga con su pasta, alojándole en el mejor hotel de Quito? ¡Ay, España!: una monarquía sin monárquicos, una democracia sin demócratas. ¿Hasta cuándo?

Marta FERREIRA

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