OPINIóN
Actualizado 24/08/2017
Gustavo Hernández Sánchez

Y la necesidad urgente de una conciencia colectiva antifascista

Los contenidos de la presente opinión, en la que trabajaba la semana pasada, tuvieron que ser modificados a raíz de los atentados de Barcelona y Cambrils. Creo que las conclusiones deben de seguir siendo las mismas. En ella me disponía a escribir sobre la actitud del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ante los sucesos de Charlottesville en los que murió una militante antifascista, Heather Heyer, en una manifestación convocada por el movimiento supremacista blanco, quienes protestaban por la retirada de la estatua del general confederado Robert E. Lee en la ciudad de Charlottesville (Virginia). Supremacista quiere decir racista, es decir, que considera a las personas de raza blanca superiores a las personas negras o de otras razas. Las tibias palabras de Trump sobre lo sucedido y su reiterada y consciente negativa a condenar a este movimiento racista me animaron a escribir sobre las peligrosas amistades de Europa.

Una de ellas es, por tanto, Donald Trump, a quien en nuestro país solamente Pablo Iglesias se ha atrevido a calificar de fascista en la esfera institucional. Así lo podemos constatar después de su negativa a condenar una marcha en la que participaron el Ku Klux Klan, distintos grupos neonazis y la denominada "derecha alternativa" o movimiento "All Right". Trump, por su parte, se empeña en desviar la atención sobre los problemas internos de su país, construyendo un discurso demasiado agresivo de enfrentamiento contra Corea del Norte y otros países que podría estar conduciendo al planeta a un callejón sin salida. Si bien el discurso de la Guerra Fría no termina de convencer, y las lógicas del presente son ya muy distintas, no me cabe en la cabeza que oficialmente ningún gobierno ni ningún medio de comunicación occidental apueste por la no intervención ante un hipotético enfrentamiento armado. Así como la condena a cualquier forma de intervención militar de los Estados Unidos en países soberanos como Venezuela, cuestión que también dejó entrever el cowboy que ahora dirige los Estados Unidos.

Otro es la monarquía wahabita de Arabia Saudí. Famosa es la buena relación de los reyes de España con los monarcas saudíes, a los que exportamos, entre otros productos, armas. El wahabismo es una corriente político-religiosa musulmana de la rama mayoritaria del Islam, la suní o sunita (la otra sería la chií o chiita) y se define por su rigor en la aplicación de la Saharia o ley islámica. No son pocas las voces que apuntan directamente a Arabia Saudí en la reciente expansión del salafismo, basado en el wahabismo y que comúnmente conocemos como fundamentalismo islámico. Sería este, a través de diferentes medios, quien estaría llamando a un movimiento yihadista global para imponer su visión del Islam, especialmente en los países musulmanes. Es decir, que las personas que más sufren el terror del fundamentalismo islámico son los propios musulmanes. Así nace Estado islámico (Isis o Dáesh), quienes en junio de 2014 proclamaron un califato en territorios pertenecientes a Irak y Siria y que ha provocado la huída de millones de personas, generando la denominada "crisis de refugiados", de consecuencias humanitarias sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, en una noticia publicada en el diario británico The Guardian (5 de diciembre de 2010) se rebelaba un cable de WikiLeaks que apuntaba al conocimiento de la por entonces Secretaria de Estado en la administración Obama, Hilarry Clinton, de la financiación de estos grupos terroristas, por entonces emergentes, que operaban en Siria e Irak, junto con Al-Qaeda y otros grupos talibanes en Afganistán. La venta ilegal de crudo y otros recursos energéticos a países como Turquía, habría aportado a Estado islámico, según informe de la ONU, al menos 500 millones de dólares en 2016, los cuales se habrían reducido a 260 en 2015.

Turquía y el régimen de Erdogan sería la tercera amistad peligrosa. Según informa Human Rights Watchs, la reforma de la constitución planteada en este país, de carácter presidencialista, deja todo el poder en manos del ejecutivo, rompiéndose el Estado de derecho y la división de poderes (puesto que los poderes legislativo y judicial se supeditan a la autoridad del ejecutivo, que recae en manos del presidente), pasándose a convertir en una democracia formal, pero no real. Además de dejar serias dudas sobre el respeto a los Derechos Humanos, entre los que cabe destacar la intención de Erdogan de volver a instaurar la pena de muerte, que fue abolida en 2002 para acercar posiciones con la Unión Europea. Ésta por su parte mira para otro lado en todas estas cuestiones y prefiere hacer valer la posición estratégica de aliado de Turquía en la zona, especialmente relevante en la contención de refugiados que huyen del conflicto de Siria. A cambio le pagará hasta doscientos millones según informaba la agencia EFE en junio del pasado año. Todo lo que ha hecho Turquía, por su parte, ha sido implicarse en el conflicto sirio contra posiciones de las milicias kurdas, quienes combaten al Isis en la frontera entre este país y Siria, logrando importantes victorias como la liberación de Kobane. Reportes de combatientes internacionales atestiguan la presencia de armamento turco entre las posiciones tomadas a Isis.

Estas brevísimas explicaciones quizá puedan darnos una panorámica un poco más compleja de lo que durante esta semana hemos visto a través de redes sociales y algunos medios de comunicación en las que se fomentaban la islamofobia o se señalaba la existencia de un choque de civilizaciones. Creo que debemos confrontar la simplicidad de este análisis y denunciar la hipocresía de muchos actores que tratan de beneficiarse del sufrimiento de millones de personas y alimentar el miedo y el odio. La expansión de los distintos tipos de fundamentalismo es representativa del avance por todo el mundo de una ideología que podemos definir como fascista o neofascista y que no tiene su manifestación solamente en los países islámicos. ¿Qué sabemos de la situación de los distintos gobiernos en Europa del Este? ¿Qué sabemos de la reforma del sistema de justicia impulsada por el gobierno polaco en manos del partido ultraderechista Ley y Justicia? ¿Qué sabemos sobre el conflicto de Ucrania y una guerra instigada por el grupo fascista Pravy Sektor o el partido de extrema derecha Svodoba, entre otros? ¿Qué sabemos de los gobiernos ultraderechistas de Austria o Hungría? ¿Cómo están gestionando la crisis de refugiados, que son las personas que huyen de esta barbarie? Mientras nos inundan con problemas inexistentes en Venezuela, Europa traza una red de alianzas a espaldas de sus ciudadanos y ciudadanas que no pueden traer consigo nada bueno. Frente a ellos, se hace urgente la necesidad de una conciencia antifascista e internacionalista, así como una propuesta colectiva que apueste por la paz entre las personas pobres de todos países, independientemente de su religión o de su color de piel.

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