OPINIóN
Actualizado 20/08/2017
Eusebio Gómez

A la montaña más alta del mundo la llaman: "La Montaña Bendita", porque los que suben hasta la cumbre se apresuran a descender y a convivir el resto de su vida con los hermanos más despreciados, en los valles más profundos que existen en el Mundo.

Precisamente por esto la llaman: "La Montaña Bendita" (G.K. Gibrán).

Al hablar de Dios miramos arriba, como si viviera en la "Montaña Bendita" en la más alta. Y es cierto, Dios es inalcanzable, nos cuesta llegar hacia Él. Pero es, precisamente, cuando nos vamos acercando cuando nos damos cuenta que Él vive cerca y que para ascender hay que descender.

Hay una persona que recorrió este camino y nos puede ayudar a llegar hasta Él, a subir y a bajar: se llama María, la Madre de Jesús y nuestra Madre.

No sé que tiene María, que al pronunciar su nombre se nos llena el corazón de alegría, de fe y de esperanza. Y creo que es, sencillamente, porque María, entre otras cosas es Madre, la Madre de Dios y Madre nuestra.

María fue la Madre de Jesús, pero también lo fue de Juan, de los discípulos y de todos nosotros. Como madre, nunca quedó inactiva. Siempre estaba en camino. Como mujer peregrina, caminó incesantemente tras el Rostro del Señor y de los otros. Para ayudar a su prima Isabel cruzó montañas y valles. Para buscar a su Hijo, removió cielo y tierra durante tres días hasta poder encontrarlo. Ella siempre estaba atenta a las necesidades de los otros para consolar, para dar un consejo, para echar una mano.

Ella siempre estuvo con todos, pero en especial con Jesús, "Junto a la cruz de Jesús estaba, de pie, su Madre"(Jn 19.25). Y la Madre de Jesús, por expresa voluntad de su Hijo, pasa a ser la madre de todos. Fue el mejor regalo que nos dejó en los últimos momentos.

Y ahí está María, caminando con nosotros, en los días buenos pero, sobre todo, en los días malos. No estamos solos. La Madre goza y sufre con nosotros, vela y alienta nuestros proyectos y con su presencia nos empuja a mirar siempre adelante, a no dejarnos arrastrar por la corriente, a mantenernos siempre en forma. En los momentos difíciles ella es fuerza, consuelo, paz, gozo, alegría y esperanza.

María como madre, nos enseña a caminar, a contar en primer lugar con Dios, para quien "todo es posible", a levantar los ojos y mirar a la fuente de la vida y la esperanza. Con Jesús y María caminamos hacia la casa del Padre, unidos a los demás hermanos, construyendo un Reino de justicia, de amor y de paz.

Quien sube a "La Montaña Bendita", a Dios, tiene que apresurarse a vivir el resto de su vida con los más despreciados y desamparados, María es Madre y puede guiarnos en estas subidas y bajadas, en este caminar con Dios y los hermanos. Cada fiesta mariana nos recuerda a María y la Asunción, que hemos celebrado en días pasados, nos apunta hacia el cielo y renovamos nuestra fe en que en nuestro peregrinar por este mundo nos acompaña María y nos ayuda a subir a la casa del Padre. Y mientras caminamos tenemos que mirar hacia arriba (Dios) y hacia abajo, a nuestros hermanos.

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