OPINIóN
Actualizado 12/08/2017
Eusebio Gómez

Alfred Nobel fue un gran químico sueco. Inventó la dinamita, vendió su invento a los ejércitos europeos y se hizo millonario.

Un día murió su hermano. Los periódicos le confundieron con él y decían que había sido un gran inventor de explosivos y que así se había hecho millonario.

Al enterarse Alfred de esta noticia, pensó que la humanidad le recordaría por inventar la dinamita y promover la destrucción en la humanidad. ¿Merecía la pena emplear así una vida?

Y decidió cambiar; Lo que hasta ahora había dedicado a promover la muerte, emplearía, desde entonces, su dinero, sus fuerzas, en promover la vida y promocionar las ciencias y las artes.

Así fundó los premios Nobel, por lo que es famoso en el mundo entero.

¿Puede tener sentido la vida entendida como industria de muerte?

¿Merece la pena vivir para acumular dinero, para dominar, para segar vidas e ilusiones?.

La vida, la dura realidad de la vida, nos plantea constantemente una alternativa de cambio. Dios, el Creador, nos llama a escoger entre la vida y la muerte, a cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne.

Convertirse no consiste en un cambio externo, en un conjunto de prácticas ascéticas, sino que es algo mucho más profundo: es el cambio de la mente y del corazón. Convertirse es un volver a nacer, es un empezar de nuevo, con mirada distinta, con hechos reales y palpables. Convertirse es posible, aunque no es fácil, pues el mismo ambiente nos envuelve, nos seduce y nos arrastra a la perdición.

"No me hago la ilusión de poder enseñar a los seres humanos a ser mejores ni a convertirse", decía Goethe.

Vivimos entre el desencanto y la esperanza. Tenemos muchas razones para esperar; pero es bueno encontrar otras mil para no desesperar. La violencia nos acecha, la injusticia nos persigue, la mentira nos envuelve. Es cierto que se firman tratados de paz, de respeto al otro, pero se rompen al día siguiente. El panorama no es muy halagüeño para muchos.

Sin embargo yo quiero apostar por la esperanza, por esa esperanza que nace contra toda esperanza. Hay muchos signos de que el Reino de Dios está más cerca que nunca: hay hambre de justicia, de paz, de amor. Llegarán días en que los seres humanos serán más hermanos, hablarán la misma lengua y los conflictos se solucionarán en la mesa del diálogo. No está muy lejano el tiempo cuando la verdad se imponga a la mentira, y el desierto será vencido por la vida. El mundo camina lentamente, pero camina.
Hay que optar por la vida, por el amor, ya que quien ama vive y engendra vida.

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