"Un buen trabajo de Jonathan Cenzual, una visión nueva y personal para un argumento manido"
No tengo formación cinematográfica; no conozco el lenguaje visual; no tengo en mis manos las herramientas adecuadas para escribir con detalle y sintonía literaria una reflexión sobre una película. No tengo nada de eso. Sólo opinión, humilde opinión de un tipo que coge su entrada tras pagar siete euros y se sienta en su butaca de cine a esperar a que apaguen las luces y empiece la magia que trasporta, que emociona, que te hace viajar a mundos insospechados, reir, llorar, pensar?en fin el cine.
El jueves se estrenó (hace unas semanas el Liceo proyectó un pase más restringido) la película 'El Pastor', de Jonathan Cenzual. en los cines Vialia. Con un esquema argumental que a mi me recordó mucha a los de las grandes pelis del oeste: ganaderos con tierras y ganados, tierras que necesita el ferrocarril y que a toda costa quiere comprar. Un ganadero no quiere vender, abandonar su forma de vida, finiquitarla definitivamente, los vecinos sí y ya está la guerra formada, guerras de envidias, intereses malévolos?abusos, la justicia por la mano y, al final, la tragedia, la muerte, los asesinatos.
Pues de eso va El Pastor, (pero en vez de ferrocarril los malos son una constructora que quiere hacer un complejo urbanístico en la zona), de la condición innata del ser humano para la venganza y la represalia cuando enfrente está otra forma de pensar, ver la vida. La fórmula está ya muy trabajada en el cine, pero este joven director salmantino utiliza un enfoque llamativo e interesante. Consigue una faena de menos a más (términos taurinos).
Una primera parte dedicada casi exclusivamente a presentar al personaje central y su entorno: el pastor Anselmo vive una existencia solitaria en el campo, aislado en un casucho con lo mínimo para subsistir. Un hombre recio, seco, introvertido, de escasas palabras pero con escondidas inquietudes lectoras. Es la imagen del pastor de siempre de nuestros pueblos. En la primera parte de la película la cámara es meticulosa, invasora en primeros planos, incluso de objetos, planos propios de un documental que para mí sobran. Los planos del pastor más físicos me parecen sobrecogedores y las escenas de las calles nocturnas del pueblo, con esas luces amarillentas?inquietantes, perturbadoras: un hallazgo. Y los cielos de la Armuña desasosegantes y angustiosos en muchos planos, otros como estudiados para un concurso fotográfico. Algunos son de extraordinaria belleza. La música cíclica, atronadora por momentos, parece estar escrita para amenazar, para ser pórtico de algún derrumbe. Silencios terribles, expresivos.
La segunda parte va a tumba abierta. Se va mascando en tobogán el desenlace terrible. Como espectador, el metraje de la primera media hora me interesó por la brujería y el magnetismo visual de los encuadres del paisaje, esencialmente los cielos. Y el perfecto diseño del personaje central que el actor Miguel Martín borda con la contención, espesura y nobleza necesarias.
A su alrededor, gente con muchas tablas en teatro como Alfonso Mendiguchia, Maribel Iglesias y Maite Iglesias cuyos personajes femeninos dibujan y clavan a las perfección. O Juan Luis Sara en la misma tesitura. De extras necesarias, un ciento de ovejas domiciliadas por Villoria.
En resumidas cuentas, a mí la película me gusta. Un buen trabajo de Jonathan Cenzual, una visión nueva y personal para un argumento manido. Al final, lo que cuenta en asuntos así es el ojo original con que se mira algo ya muy mirado. Y Cenzual pone la cámara ?al menos yo lo veo así- en lugares vírgenes provocando efectos que conmueven, perturban y arañan.
Toño Blázquez