OPINIóN
Actualizado 10/08/2017
Redacción

Hay un concepto creado por el romanticismo alemán ?el de "el alma del pueblo"?, que hoy, en un mundo tan pragmático y calculador como el que vivimos, está en completo descrédito y que, ya desde hace años, viene siendo criticado y puesto en cuestión.

A nosotros, nacidos en un ámbito campesino y popular, tal concepto nos gusta. Y es más, lo percibimos en ocasiones en nuestros devaneos y trabajos de campo etnográficos por los pueblos salmantinos.

Y así nos ocurrió, este pasado jueves, en que salimos por el área de Salvatierra, en torno a la industriosa Guijuelo, a recoger leyendas de tradición oral, para ir rematando el trabajo de campo de ese proyecto que ya nos está llevando años y no poco tiempo.

En la mañana estival, luminosa y diáfana, llegamos al pueblo de Palacios de Salvatierra. Lo primero que nos sorprendió fue una arquitectura tradicional, agazapada en el paisaje y en perfecta sintonía con él, de piedra pizarrosa, de curvas castreñas en sus paredes, de ventanas y vanos populares, de chimeneas antiguas?, que nos llevó enseguida a la convicción de que hay que defender y preservar este patrimonio arquitectónico rural, en peligro de desaparecer y de perderse.

Pero nos esperaba, tras nuestra llegada, la sorpresa de la gente, del vecindario, de los campesinos. Un chico joven, que hablaba con un matrimonio emigrante, en sus vacaciones, enseguida nos puso en contacto con sus abuelos, Esteban y Araceli, nonagenarios que, a nuestras preguntas, nos fueron relatando leyendas. Enseguida, sin que apenas lo percibiéramos, comenzaron a llegar otras gentes ancianas, para incorporarse a la transmisión de leyendas y de otras tradiciones orales, atesoradas en la memoria de todos. Así, se fueron incorporando Ángel, Manuel, Isabel Rosa? y otros hombres y mujeres, para participar relatando, contando y cantando no pocas de las antiguas tradiciones orales de su pueblo.

En un momento determinado, todos terminaron entonando 'a capella' cantares antiguos, con tonadas que nos retrotraían a una ancestralidad cargada de emociones, sobre el desafío entre dos toros de pueblos próximos, de Palacios y de Berrocal de Salvatierra, o de las romerías que realizaran a la ermita del Mensegal o al Cristo de Cabrera.

Fue toda una lección de humanidad, de hospitalidad, de generosidad la que recibimos de las gentes de Palacios de Salvatierra. Mientras vivíamos, con plena conciencia, una de las experiencias más intensas de nuestro verano, percibíamos que allí, en aquella transmisión de tradiciones orales campesinas, estaba teniendo lugar la expresión de lo que los románticos alemanes llamaran "el alma del pueblo".

Sentimos que estábamos gozando de un privilegio impagable. Y, por ello, queremos expresar nuestra gratitud, desde estas líneas, a las gentes de Palacios de Salvatierra que nos lo proporcionaron.

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