Sí, a todos, pero especialmente a algunos. Aunque con distintos grados y por distintos motivos. Todos, porque debemos saber; algunos porque deben actuar sabiendo y no contar sólo parte de la verdad. No pretendo ser equidistante, ni menos siquiera juez, sólo quiero decir lo que pienso, de manera respetuosa como es mi costumbre.
He tenido ocasión de hablar con personas de izquierdas, españolas, que se agarran a la desinformación que las élites económicas propician, mostrándonos sólo una parte del problema en los periódicos que controlan. Estaría dispuesto a darles parte de razón, porque esto de la imparcialidad periodística más de una vez ha mostrado su enorme maleabilidad, y porque además cuando Hugo Rafael Chaves Frías llegó al poder en Venezuela, como en muchas otras repúblicas de Latinoamérica, la desigualdad era apabullante. Probablemente el país más rico de la región, con unos ricos de escándalo, y también con casas de pacotilla en muchas de las colinas que rodean la amplia ciudad de Caracas. Eso va para los de izquierdas, pero también para los de derechas: no es posible sostener en todos estos países queridos tanta desigualdad social, tanta pobreza, sobre un mar de posibilidades de progreso económico y social. Son necesarias reformas sociales y económicas que den estabilidad a largo plazo.
Pero también es necesario decir a mis amigos de izquierdas que hay elementos centrales que no es posible eludir. Las revoluciones proletarias no podemos permitir que se conviertan en totalitarismos, en negación de derechos elementales, en la utilización del Derecho para perpetuarse en el poder, con corrupciones graves y muy sospechosas implicaciones en delitos más graves. Hace ya tiempo que a queridos amigos venezolanos, juristas de prestigio, les han avasallado desde el poder. A uno de los más acreditados, respetado hasta hace no tanto por los diversos bandos, le llamaron del propio Tribunal Supremo para que dejara de firmar los recursos de casación tan bien argumentados, porque su nombre llevaba directamente a la desestimación. La razón se centraba en que había dado su opinión cuando se la habían preguntado. Eso no es respetar el juego, eso no se puede permitir en ningún país civilizado, y Venezuela debe serlo.
Pero también los de la oposición deben ser conscientes de lo que hay en juego. La unidad es importante en torno a esos elementos básicos de una democracia real y verdadera. Para llegar a avanzar, como dice un buen amigo mío, es necesario reconocer al contrincante. Si se pretende de verdad llegar a acuerdos, las dos partes deben reconocerse en su legitimidad parcial, porque deberán convivir en el futuro. Para eso es para lo que deben entenderse, para construir un futuro para todos, más pronto que tarde.
No deben caber trampas ni de un lado, ni de otro. Sean sensatos, por lo menos en alguna medida. No cabe aferrarse al poder cuando la mayoría de la sociedad venezolana está harta de avasallamientos. Y naturalmente el que está en el poder, debe utilizarlo prudentemente. No con las barbaridades políticas y jurídicas que está acostumbrado a utilizar, haciendo de la independencia judicial una pantomima y de la Constitución ni siquiera un papel mojado, sino algo mucho peor.
Tal vez sean tan brutos que prefieran que sigan los asesinatos de estudiantes que luchan por asegurar un mejor futuro, o que quieran seguir la vía de los enfrentamientos y las peleas, o directamente la guerra. Pero recuerden que el precio de la guerra lo suelen pagar todos. Y nada barato.