Santiago Guerra Sancho se ha ido esta mañana (2.8.17) silenciosamente, lleno de sol, iluminado por la Luz Interior de Cristo, junto a la ermita alta del Carmelo de Segovia, donde estaba dirigiendo unos ejercicios espirituales.
Se ha ido un hombre de luz, un iluminador, una de esas personas cuya vida ilumina a todos los que están cerca. Un hombre brillante que soportaba las sombras mientras irradiaba como una estrella en el cielo de Salamanca. Así escribía X. Pikaza al enterarse de su muerte.
Y respondía Emimaría al largo escrito de Pikaza:
¡Sí! un hombre de luz, iluminado e iluminador. Un hombre bueno. Un hermano entre hermanos. Siento mucho su pérdida y dejo aquí las palabras que él mismo pronunció hace una semana en el funeral del P. Enrique: "A los creyentes la muerte no nos entristece, porque sabemos a donde vamos y quien nos espera".
Cristo es la luz, quien lo sigue no camina en tinieblas. Él nos dice a nosotros que debemos ser luz del mundo, esta es nuestra vocación cristiana. Jesús recomienda que nuestra vida debe brillar ante los seres humanos, para que viendo nuestras obras buenas, glorifiquen al Padre que está en los cielos.
"No hay un objeto tan feo que la luz intensa no lo haga bello" (R. W. Emerson).
Se necesita ánimo y fuerza para poner luz donde abunda tanta oscuridad, porque ésta, a veces es tan densa, que opaca toda luz. Y Santiago tuvo fuerza e ilusión.
Hay que ser luz en tiempos de bonanza y en tiempos de escasez. Hay que ser luz con la corriente a favor y contra corriente. Hay que ser luz en días fríos, cuando el corazón está yermo y en días de calor cuando la pasión nos ciega. Hay que ser luz cuando la tristeza se adueña del alma, con el corazón hecho pedazos, o cuando la alegría inunda los rincones del alma. Hay que ser luz como si tal cosa no costara esfuerzo. Hay que ser luz con valor, con coraje, con escuela o sin ella. Hay que ser luz con el cuidado que se pone en lo que se hace la primera o última vez. Hay que ser luz cada segundo, cada minuto, cada día? ¡siempre! Hay que ser luz para vivir y dar vida, para permitir que la paz y el amor reine y el rencor, el odio y la guerra queden muy lejos. Hay que ser luz, en el cielo y en la tierra. Hay que ser luz, desterrar las sombras y tinieblas, pero si no se puede es bueno integrarlas y aceptarlas. Ese fue el Camino del P. Santiago, hacer brillar la luz de Cristo en medio de las tinieblas.
Se nos ha ido un amigo fuerte de Dios y de los hombres. Para cientos de salmantinos, para miles de amigos y alumnos, Santiago fue, entre muchas cosas, un testimonio viviente de Jesús. Un testimonio tan luminoso como el que nos deja, bien le hace acreedor de una estrella en ese cielo bello y precioso de Salamanca bajo el que él vivió su consagración a Dios y a los hombres durante 60 años.