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OPINIóN
Actualizado 04/08/2017
José Amador Martín

Me encuentro en una ciudad de mirada infinita, que transforma los sueños en poesía. Son ojos de mirada perfecta, la hermosa presencia de un cielo compartido que me encuentra perdido en lo divino de un hermoso paisaje, que vuela

Me encuentro con tu mirada, descubro la belleza que encierra tu ser,
presa, escapando a través de los ojos sin dejar de estar allí. Tu mirada, me cautiva, paraliza mis sentidos, detiene el tiempo y está como una pertenencia imposible de ocultar el cielo o vaciar el mar.

Me encuentro en una ciudad de mirada infinita, que transforma los sueños en poesía. Son ojos de mirada perfecta, la hermosa presencia de un cielo compartido que me encuentra perdido en lo divino de un hermoso paisaje, que vuela al universo , y roba mi sueño y roba el pensamiento de la tarde de agosto, tan bella por fuera, con todo lo hermoso que lleva por dentro, y siento caer en el principio del infinito, camino a la gloria y a la locura, en la imagen más hermosa y sublime, que contemplan mis ojos, en el mismo universo, mágico de misterio.

Palacio de la luz que camina hacia dentro de sí mismo en el tenue reflejo serpenteante que me lleva; no es la última mirada de los ojos, ni es el sol golpeando los párpados: es un arroyo secreto de latidos? llamadas, respuestas, hilo de claridades entre los edificios, rumor por el paisaje que descifran los ojos.


La atalaya, suspendida en el aire, es un cuadrilátero de luz, un ring magnético que se levanta y anda, follaje de piedras, gran árbol que se enciende y apaga y se enciende, en el interior de los reflejos, en la casa de la mirada, en la que estás y sales y entras dentro de ti mismo y vas a ti mismo por un puente de latidos, en la idea fija que taladra el tiempo como una estatua inmóvil en la plaza del insomnio que teje y desteje los hilos de la trama del espacio, desde la casa de la mirada, vas y vienes entre el infinito de afuera y tu propio infinito.


Al entrar en ella entras en este mundo y en los otros mundos, entras en lo que vió el astrónomo en su telescopio, el matemático en sus ecuaciones, el arquitecto en su simetría, el accidente y las rimas, las duplicaciones y las mutaciones, del átomo y sus partículas, las células reincidentes, las inscripciones estelares.


Aquí la ciudad tiene un pie en la arquitectura y otro en el sueño, es el espejo de la música en el rumor de las constelaciones que se miran antes de disiparse, es el espejo en el que se abisma de claridad hasta anularse en el rosado perfil de la tarde, en la visión de los espacios que fluyen y se despeñan bajo la mirada del tiempo petrificado, en el que las presencias son llamas, y las llamas se vuelven olas, cascadas de transfiguraciones, cascadas de tiempo de lumbre para la naturaleza hambrienta. Sobre este espacio en la casa de la mirada, la tarde es aire y es agua donde la música duerme, el fuego vela y pinta el poeta y la ciudad es una isla encallada en el mar de los naufragios

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