OPINIóN
Actualizado 03/08/2017
Redacción

Esta vez me refiero al de verdad. No al eufemístico. Esos animalitos grises o negros con alas de notable envergadura y que se crían por estas tierras estupendamente. Antes se alimentaban (y en zonas muy concretas) de los restos de reses que morían en el campo y se depositaban en muladares al efecto. Y era una población controlada y controlable. Ahora no. Andan por toda la provincia. Bajan del cielo a decenas. Y se ceban en animales en momentos de debilidad a los que atacan y matan. El buitreo cambia de costumbres. De la carroña de antes a la carne fresca y viva de ahora.

He visto eso de cerca. Y he contribuido a espantar a unos que acechaban un ternero recién nacido de morucha escondido entre carrascos. No se espantan fácilmente. Quizás porque uno no se atreve a acercarse mucho porque impone su envergadura. Pero esa vez se fueron afortunadamente y el ternero pudo seguir viviendo con la madre primeriza y despistada.

Que siga aumentando su población y se acostumbre a comer de carne viva es un problema gordo para los ganaderos. Cuesta sacar adelante un ternero o unas ovejas como para que venga la manada buitrera y te mate un par de reses. Y encima haya dudas para pagártelas. Si son animales protegidos que pague quien les proteja. Y si no, en mi infancia, se hacían batidas para controlar poblaciones de lobos y zorros que esquilmaban gallineros de las afueras del pueblo. Ahora con los pensamientos atenazados y guiados por control remoto desde la corrección urbanita, parece valer mucho más el buche de cualquier buitre que la vida de una ternera o una oveja. Y más veo en peligro ahora la existencia de una oveja y una ternera que la del buitre, tan saludable. Y lo malo es que si no supervive la res del campo también peligra la vida del pequeño ganadero, y todo el ecosistema que eso genera.

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