Aunque cualquier iniciativa para atajar, aminorar o eliminar esa herida infecta y brutal de la sociedad cual es la violencia machista ha de ser recibida, alentada y apoyada con toda la fuerza y el convencimiento posibles, el reciente pacto alcanzado por los partidos políticos españoles con representación parlamentaria contra esa lacra con que nos despreciamos, adolece del mismo tufo propagandístico, idéntica alharaca y parecidas lágrimas de cocodrilo que cada una de las ampulosas declaraciones e inútiles lamentos institucionales que siguen a cada asesinato de una mujer. Otro abrazo vacío. La aparente buena intención de dicho pacto, que en su literalidad parece aspirar a ser panacea contra la indignidad colectiva de los crímenes machistas, está trufada de los mismos tics de buenismo político y cebada al rabo con que nuestros ínclitos representantes vienen desde hace mucho tiempo tratando de responder, en vano y con parches puntuales, a los grandes problemas que lastran gravemente nuestro crecimiento como sociedad libre.
La desconfianza que se han ganado los representantes políticos con comportamientos erráticos, partidistas, electoralistas y hasta despectivos para con las necesidades del pueblo y especialmente para con la violencia machista; el desprestigio institucional que durante lustros se ha forjado en la conciencia colectiva de los españoles al observar la utilización, manipulación, uso y abuso de cargos, puestos e influencias para beneficios personales o privados; y, también, la mercantilización e indigna profesionalización de la política al margen de la vida de vivir, conllevan un alto nivel de duda, sospecha y descreimiento en cualquier iniciativa o acuerdo político, que como este pacto contra los crímenes machistas, tenga de primer plato bombo y platillo.
Si la experiencia de anteriores iniciativas legales para tratar de ponerle freno a la escalofriante escalada de crímenes machistas ha sido totalmente decepcionante en resultados, ahora un pacto político fruto no del convencimiento sino del puntual aumento de esos crímenes en los últimos meses, y más realizado por el medio pelo político que se enseñorea en el parlamento español, muestra la evidencia de carecer del radical contenido y la fuerza motriz del ánimo permanente que se precisa para atajar un problema que hunde sus raíces en terrenos mucho más profundos, pantanosos y pegajosos que la superficialidad propagandística de cuento de la lechera con que pretende venderse, a base de quién da más, una sensibilidad inexistente en muchos de sus firmantes y un convencimiento más que discutible en otros muchos.
No será desde estas líneas desde donde se obstaculice (cómo podría) ninguna de las medidas que contempla ese pacto que algunos, con poca memoria y menos cautela, califican ya como histórico antes de su puesta en práctica, pero en los mismos enunciados de muchas de esas (cortas e insuficientes) medidas e intenciones, se trasluce el mismo afán sensiblero de las pancartas o los lazos solidarios o los minutos de silencio o las caras compungidas, se anuncia la vacuidad que define toda generalización y toda la prosopopeya de su texto rezuma una inocultable pátina de brindis al sol que va desde la inconcreción en la utilización y aplicación de los fondos prometidos a una suerte de policía a lo Minority Report, por no hablar de ese repetido corta y pega legislativo de ocasión con que muchos políticos creen responder a situaciones puntuales o alarmas sociales, y que, indefectiblemente, olvidan a la vuelta de la esquina; o la inmensa hipocresía de recuperar ahora para blandir cual justicieros, un aspecto de la educación, la igualdad, suprimido con otros, como el respeto, en la fusilada asignatura que educaba para la ciudadanía.
Si es verdad que el mismo enunciado o los epígrafes de ese pacto pueden significar ventanas abiertas al aire libre (protección previa de las víctimas, prevención precoz de la violencia, protección de huérfanos, anulación de custodias y de atenuantes para los culpables, dispensas protectoras de las mujeres, creación de equipos de apoyo, aumento de la seguridad para amenazadas, prevención en la escuela o vigilancia en los medios de comunicación), también lo es que mientras el centro del problema, social, mental y jurídicamente, siga siendo la existencia de víctimas y no de culpables; mientras, además, no se intervenga radicalmente en la educación desde las primeras etapas y no sólo desde la perspectiva del alumno; mientras no se abran las puertas de las casas y se analicen y eliminen las aberraciones que perviven en las estructuras familiares y en sus conexiones, influencias, dictados y consentimientos; mientras no se termine de una vez con la colonización religiosa de la convivencia y se haga valer el laicismo como norma en lugar de como excepción; mientras no se eliminen o racionalicen las tradiciones machistas, se modifiquen en igualdad las costumbres y celebraciones, se crea firmemente en la enseñanza igualitaria a todos los niveles y en todos los aspectos, y en una concienciación social tan inteligente como no impuesta, las mujeres seguirán muriendo, sufriendo, ahogándose, llorando y gritando (y callando) contra una realidad, la violencia machista en todas sus formas que, además de robarles (robarnos) el aire del puro vivir, también las asfixia con abrazos vacíos.