OPINIóN
Actualizado 26/07/2017
Santiago Bayón Vera

Molino de Escartín, Grasa, Laguarta. Castellazo, Umbría de Fresnedas o Medinaceli. Son algunos lugares que reviven en verano.

Los nativos de Granadilla (Cáceres) vuelven cada año para la festividad de Todos los santos. El pueblo está situado en un alto, en medio del Pantano de Gabriel y Galán, de forma que cuando las aguas están altas, es imposible llegar a salir de él. El 1de Noviembre vuelven colocan un ramo de flores en la tumba de sus antepasados y se marchan hasta el año siguiente, en que repetirán la misma visita.

Una de las consecuencias más negativas del abandono rural es la aparición de grandes vacios demográficos. En algunas zonas españolas, como la parte montañosa de Hueca, la densidad de población es inferior a la del Sahara y cuatro veces menor a la que había en 1.900 y en Soria hay una media de 0,5 habitantes/Km. cuadrado.

Las cuestiones más importantes no son los pueblos deshabitados, que ya no tienen solución. Hay que pensar en los núcleos donde la población ha descendido en un 75 %. Ahí se deben emprender acciones para conseguir que las otras den la vuelta.

Otro de los problemas graves es que estos lugares deshabitados se convierten en pasto fácil de las llamas. El abandono rural hace que toda la zona quede cubierta por una espesa masa de matorral que actúa como combustible.

A esto hay que añadir el daño que el abandono de una zona produce en el ecosistema, los matorrales han desplazado otros tipos de cultivos, que a su vez servían de alimento a determinadas especies. Al desaparecer estos animales, también han tenido que emigrar sus depredadores.

Cuando se abandonan estos núcleos se pierde una parte muy importante del patrimonio cultural español. No sólo por el daño que se produce en la arquitectura rural, sino también por los grandes números de iglesias, monasterios construidos hace siglos, y que hoy, si todavía no han desaparecido, amenazan con una ruina inminente.

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