OPINIóN
Actualizado 21/07/2017
Marta Ferreira

La vida es así: luz y sombras, tiempos de felicidad y tiempos de tristeza, por eso es importante aprovechar a fondo los buenos momentos, cuando todo se torna alegría y uno querría seguir siempre así, pues esos momentos, esos tiempos existen y hay que cargar las pilas entonces para poder afrontar los otros, los instantes oscuros. Pues yo, ahora mismo, estoy en ese tiempo de luz y, la verdad, querría que durase siempre y que la luz que yo recibo se transmita en paralelo.

Lo han dicho muchos antes: no existe la felicidad, existen los momentos felices. Bueno, es una cuestión nominalista, pues la felicidad se desarrolla en momentos concretos, somos tiempo y ahí tiene lugar nuestra aventura vital. La trascendencia, si existe, es otra dimensión, y yo, que creo en ella, al mismo tiempo me siento muy perecedera y temporal y sé que en esa condición se gana uno la dicha o la desgracia. Cierto, me encantaría que los buenos momentos se prolongaran indefinidamente o, en otras palabras, que fueran para siempre. Y es verdad, porque lo he visto, que algunos privilegiados parece que se han instalado definitivamente en ese modo de existir. ¡Afortunados ellos, ojalá yo haya entrado en su club!

Cuando esa ráfaga de luz entró en mi vida, me sumí en la perplejidad. ¡Está aquí!, me dije, ¿es posible? La pregunta sigue rondando mi cabeza porque ser feliz no está al alcance de todos, por ejemplo de mí durante mucho tiempo. Sí, hace años que llegué a la conclusión de que era un objetivo inalcanzable o al menos arduo, y por eso opté por instalarme en la serenidad, que espero nunca me abandone, es decir, en disfrutar la existencia en sí misma, tranquilamente, con dedicación a mi familia, a mis amigos y a mi trabajo. Cada día me acompañaba sin pretensiones y la felicidad se convirtió en una lejana añoranza, en un tal vez que a lo mejor no tendría lugar nunca en mi vida. La sustituía la paz, la confianza y las sorpresas agradables y cotidianas que encierra la vida. Incluso llegué a pensar que esa felicidad plena, ese rayo de luz, era una utopía que nos ayudaba a soñar y por lo tanto a vivir, pero que no era real.

Pero sí lo es. Yo lo estoy disfrutando ahora mismo. Ojalá dure mucho, ojalá dure para siempre, ojalá mi felicidad se transmita. Pues el goce de una misma no tiene sentido, el goce auténtico es compartido. Mi esperanza ahora mismo es que mi felicidad no tenga fin.

Marta FERREIRA

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