Asusta un poco pensar que ciertas opiniones de las que circulan tan a menudo por las redes sociales, y hasta declaraciones pretendidamente serias en las noticias, vengan desde cabezas que disciernan desde el más común de los sentidos. Me resulta difícil creer que así fuere. Ciertos intentos de hacer broma y escarnio con el dolor y el respeto ajeno. Por ejemplo con la muerte de un torero al que en tu vida has visto, por el solo hecho de vivir de ese oficio (que te pueda caer mal) y haber muerto ejerciéndolo. Eso es cruel. O con los 532 días de encarcelamiento y tortura de un funcionario de prisiones. O ese mantra socorrido y aburrido del estado nos roba que repite hasta un destacado jugador y entrenador futbolero de éxito, que ha viajado, ha podido comparar, y puede discernir diferencias sustanciales (también pretendidamente). Lo dicen, lo publican y se lo creen a pies juntillas.
Cómo se puede ver una realidad desde perspectivas tan diferentes (tan obtusas acaso) de las del sentido común mayoritario. Yo tengo la teoría de que, a lo mejor, no se lo creen del todo. Que pueda ser un dejarse llevar por moda, por hacerse distinto al grupo, un hecho diferenciador notorio que me asemeje a los díscolos, a los neomodernos, una determinada progresía de la que quiero formar parte. Aquello del niño rebelde de las infancias. El que lloraba con facilidad y conseguía. La muerte de alguien (que no sea un dictador probado, con seres humanos a sus espaldas) no debería ser motivo de comentario público cruel y jocoso. A lo sumo, si no te cae bien, el olvido por tu parte. Y querer, como novedad histórica, despegarte de un estado creyendo que éste es opresor para tus intereses (cuando te fue estupendamente bien bajo sus normas deportivas, económicas y culturales) y encima lo defiendes en público, es cuando menos de mala educación, discriminador con el resto, y de pensamiento algo corto.