OPINIóN
Actualizado 17/07/2017
Redacción

El número de jóvenes que todos los fines de semana tienen que ser atendidos en las urgencias de los hospitales por comas etílicos crece de forma alarmante. No es un problema nuevo, antes también existía, pero han cambiado los perfiles de estos jóvenes.

Antes, los jóvenes que caían en las garras del alcohol, eran víctimas de circunstancias familiares, de limitada capacidad intelectual, de bajos recursos económicos y de nulas posibilidades de integración social , formación y acceso a un trabajo. En la mayoría de los casos acababan siendo el tonto del lugar, la maldita persona o la que servía para todas las burlas, y en lugar de acudir a los servicios de urgencias, tenían que bajar la cabeza, porque ni eran enfermos, ni eran víctimas de nada, eran borrachos que no merecían ni el respeto de los borrachos adultos, que eran los valientes, los machotes, los graciosos.

Los jóvenes que hoy se recuperan de los estragos de un botellón en los servicios de urgencia, proceden, en la mayoría de los casos, de familias bien situadas, de padres que en su generosidad han luchado por darles a sus hijos lo que ellos no tuvieron, y los chicos, o las chicas, que en esto hay plena igualdad, empiezan a salir de botellón con 12 o 13 años, cuando deberían estar jugando a las canicas aunque suene ridículo, leyendo buenos libros, pasando de las páginas de Internet para disfrutar del cine, del teatro, de la música, haciendo deporte y saliendo a divertirse con sus padres y amigos conocidos y de su edad, pero esto resultaría feo, estaría mal visto, lo que cuenta es que disfruten a tope de todos los placeres de la vida, y para hacerlos adultos lo antes posible quieren que viajen antes de empezar a trabajar, que tengan coche en cuanto cumplen la edad de sacar el carné, que dispongan de un apartamento en cuanto encuentran su primera pareja y salgan de noche con trece o catorce años para acabar en los servicios de urgencias de los hospitales, porque aunque los vean muy guapos y muy altos, son lo que parece que les da vergüenza que sean: niños.

Seguramente no toda la responsabilidad es de los padres, los padres, generalmente, pueden equivocarse, pero de ningún modo llevan a sus hijos a estas situaciones de forma consciente, entre otras causas porque son sus primeras víctimas, su mayor fracaso, su peor problema, pero sí es cierto que el dárselo todo hecho, el no ponerles límites, el no enseñarles que todo antes de tiempo implica sus riesgos, es el mejor camino para llegar a estas situaciones de las que es tan fácil entrar como difícil salir, y esto sí son ellos los que pueden y deben intentar que no lo emprendan, porque no todas las experiencias son positivas.

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