OPINIóN
Actualizado 12/07/2017
Santiago Bayón Vera

Todos somo culpables

La mayor parte de estos pueblos están cortados por el mismo patrón. Se encuentran en zonas agrestes, donde la vida es difícil. El clima resulta muy duro. Las carreteras son escasas y mal conservadas. Apenas pasan de 10 habitantes, todos ellos jubilados, que aguantan en sus casas por tener problemas de salud. Solo tienen dos opciones, o marcharse a centros comarcales de asistencia o mudarse con sus pertenencias a casa de algún hijo con lo que se ven sumidos en la nostalgia.

Las Confederaciones Hidrográficas también deben entonar el "mea culpa" por el abandono en bloque del medio rural. Expropian las tierras de los lugareños para construir embalses. Según la Ley, si con el embalse se anegaban más de tres cuartas partes de la tierra fértil, la expropiación era obligatoria.

Loriguilla (Valencia) fue desalojado cuando el embalse que lleva su, nombre, inundo las mejores tierras de cultivo. El casco urbano, que tenía el encanto de un callejero musulmán, quedó intacto. Ahora está reducido a escombros después de haber sido blanco de tiro para maniobras militares.

Algunas veces ha habido problemas con los vecinos que no querían abandonar lo que consideraban su hogar. La Empresa Iberduero tardó 34 años en comenzar las obras de un pantano. El último habitante de Jánovas (Huesca), se marcho en 1984 La expropiación comenzó en 1950. Lo mismo ha sucedido en Riaño (León) Anta de Tera o Valparaíso (Zamora)

Ahora ya no se abandonan pueblos, se van quedando vacios porque tienen muy pocos habitantes, todos ellos bastantes mayores y se van muriendo. Del éxodo se ha pasado al goteo.

En ocasiones, las concentraciones de población han surgido al amparo de alguna industria o negocio. Cuando esta ha cerrado, el pueblo ha colgado el mismo cartel a la entrada del pueblo.

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