OPINIóN
Actualizado 10/07/2017
Rubén Martín Vaquero

Sostiene Ernesto que con los años el vademécum de la vida le asalta con pensamientos que nunca encomendó al recuerdo. ¡Maldita de Dios la cosa! Defiende que como la memoria estará herrumbrosa o enmohecida, visto lo visto del resto del yo, y los ácaros del tiempo la habrán recubierto con el verdín de la resignación, las banalidades, sombras, e impertinencias de la información de la que fue oyente? y testigo paciente en su día, y que entonces despreció, se le cuelan sin que pueda hacer nada por detenerlas. No sabría explicarlo de otro modo ?añade-, ni dar razones que justifiquen el asalto de aquellas citas o pensamientos que nunca hice el mínimo esfuerzo por aprender. Quizás haya llegado la hora de la venganza ?le sugiero yo- y las entelequias quieran darse el relumbrón aprovechando el caos de ése ir dejando de ser. Ahora o nunca, deben pensar, es el momento de los ensueños y como quién no dice nada se empecinan en saltar a la consciencia. Puede ser ?asiente sin convicción-, pero? ¿y esa falta de presencia, esa bajeza de ánimo, ese acobardamiento que ha ido menguando lo importante en beneficio de las quimeras? Yo que creí durante años que lo esencial quedaba escrito en bronce y volviendo la vista atrás podría evocarlo a mi antojo, ahora descubro con sorpresa el cambalache. ¡Maldita de Dios la cosa! Nunca sospeché de la fragilidad de la memoria.

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