OPINIóN
Actualizado 28/06/2017
Manuel Alcántara

¿Prestar atención al futuro de la Unión Europea o centrarse en los detalles del Brexit? ¿Incrementar la presión fiscal o reducir el gasto público? ¿Buscar la cooperación o la independencia? ¿Asegurar las prácticas locales o apostar por la globalización sin límite? ¿Potenciar los derechos individuales o aquellos que afectan a colectividades de distinto signo? ¿Más seguridad y menos libertad o viceversa? Son un puñado de disyuntivas de entre las múltiples que enmarcan la vida pública sobre las que se requiere tomar posición para después decidir políticamente. No son polos necesariamente dicotómicos, aunque en muchas ocasiones se presentan como tales. Tampoco son cuestiones excluyentes. Algunas veces, sin embargo, se cuelgan de postulados imperativos que se convierten en propuestas monolíticas movilizadoras de grandes sectores sociales. La decisión, por otra parte, puede requerir de la conciliación de posturas de actores muy diferentes impelidos a moverse en contextos variopintos.

Las lógicas subyacentes en esos procesos han variado mucho en la historia. Además, cuanto mayor es el número de intervinientes, que a su vez pueden ser individuales o colectivos, la complejidad se incrementa. En Ciencia Política durante un largo lapso reciente dentro del ámbito democrático predominaron dos visiones opuestas relativas al modo de tomar decisiones que contraponían, como modelos ideales, perspectivas mayoritarias frente a otras de tipo proporcional. Se trataba, a su vez, de una manera de entender el poder que confrontaba la concentración frente a la dispersión y, también, de mirar a la sociedad al subrayarse lo homogéneo en contraste con lo heterogéneo. Hoy existen evidencias de que se requiere una forma distinta de analizar las cosas partiendo de que la diversidad de arenas se ha multiplicado exponencialmente. La metáfora del enjambre digital de Byung-Chul Han es esclarecedora del nuevo escenario donde individuos aislados, aunque hiperconectados digitalmente, siguen siendo sujetos de las decisiones que unos pocos toman sobre ellos en su afán cotidiano. Pero el fluir de las mismas choca con dos tipos de escenarios antagónicos: el desagüe donde partículas pugnan entre ellas por salir primero o la malla tejida laboriosamente de forma colaborativa que propugna soluciones flexibles a los impactos recibidos.

A fin de cuentas, de lo que se trata es de solventar un asunto de prelaciones, lo cual supone la prioridad con la que se debe atender un asunto con relación a otros. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla pues no solo se compite con el tiempo, ¿qué hacer antes?, sino con la intensidad, ¿a qué dedicarle mayor esfuerzo?, sin olvidar el propósito, ¿qué es lo insoslayable? Uno de los principales dilemas actuales en el ámbito de la inteligencia artificial, que sin duda va a tener mucho que decir en estas cuestiones, se refiere a la forma en que está aprendiendo moralidad. Enseñar a un robot acerca de lo que es correcto o incorrecto. Desarrollar un sistema que le permita experimentar algo similar a la culpabilidad humana o generar las pautas necesarias para establecer una relación de confianza. Entonces las prelaciones se hacen más confusas enseñoreándose ante los decisores.

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