La calle está viendo ascender la temperatura del asfalto social, que no quiere perder puntos de progreso para convertirse en un camino en el que únicamente se percibe el olor del polvo de aquellos que van a pie. Desde hace tiempo las aguas bajan turbias
La sociedad empieza a tener tiempo para practicar la filosofía social ante unos medios de comunicación, la mayor de las veces, dirigidos; buscando a los culpables de una decadencia económica continua por falta de ideas y tiempo, por parte de la clase política gobernante y de la oposición. El sonsonete al que nos tienen acostumbrados no tapa el mucho hacer negativo y el poco trabajo positivo que llega a la calle. La sociedad se pregunta qué están haciendo por ella quienes se dicen defensores de la patria y de la identidad de España.
La sociedad cae, día tras día, en los mensajes fáciles por culpa de un ejercicio de la política que trivializa los problemas reales, que al final se vuelven contra ella. Apuntarse a todo sin practicar un análisis previo, encierra peligros insospechados que van desde la desorientación social hasta la creación voluntaria de estructuras de poder, que después se niegan a ser desmanteladas aunque la sociedad clame vehementemente contra ellas.
La sociedad no entiende que sus problemas se vean ignorados por un discurso oficial que es dictado desde la ignorancia de lo que es la realidad de la calle, que se caracteriza por el abandono de los más desfavorecidos, nuestros mayores, nuestros dependientes y los nuestros que nunca tuvieron una oportunidad... La política con letras mayúsculas no es capaz de atajar las confrontaciones intrapartidistas y entre partidos, para buscar una política de consenso social.
El poder ciega la vista del que no ve más allá del afán, pero la realidad puede hacer que sitúe a cada uno en su sitio en función de sus méritos. La sociedad no debe sentirse prisionera de la clase política, sino participante de ella. La crisis institucional y social parece que sigue sin cerrarse; y lo peor es que nos está afectando a todos.