El atroz incendio que ha hecho de Portugal un auténtico infierno, además de llenarnos de horror, nos lleva a preguntarnos lo de siempre: ¿Por qué? Sencillamente porque la Naturaleza, pese a su condición de sabia, también tiene sus errores, y desde que el mundo es mundo nos sorprenden sus tragedias sin que podamos evitarlas; lo que sí podemos evitar, y para ello tenemos cada vez más medios, experiencia y conocimientos, es que las consecuencias no sean tan graves como han sido en Portugal.
Ante un terremoto, no es lo mismo vivir en casas como Dios manda que en chabolas de mala muerte; ante el derrumbe de un edificio, no es lo mismo que este sea de treinta plantas que de cuatro; ante un incendio, no es lo mismo que nuestros campos estén limpios, vigilados, con animales que ayuden a librarlos de las malas hierbas que, aunque sus nuevos defensores, los que nunca lo trabajaron, los que jamás vivieron en él y de él, los que hoy visitan los pueblos para disfrutar de unos días en una confortable casa rural, no quieran verlo, no todo es saludable. Pero no parece que las autoridades estén muy interesadas en aprender las lecciones para evitar tanto sufrimiento, tanta desgracia, tanta ruina.
Portugal, al igual que España, cuenta con los servicios de emergencia que exige la normativa comunitaria, pero una vez más ha quedado claro que no siempre consiguen evitar daños, hasta es posible que los aumente porque los ciudadanos, por obra y gracia de tan tranquilizadora propaganda, nos sentimos tan protegidos que cada vez tenemos menos recursos para defendernos por sí solos.
Pero las administraciones nunca son responsables de nada. Ante cualquier catástrofe, los expertos evalúan la situación automáticamente, se activan las alarmas en el nivel que corresponda, se alerta a las posibles víctimas para que no se llamen a engaño, se habilitan teléfonos de información aunque el caos que se origina impida saber qué información pueda darse, y no pasa nada de nada, porque los papeles, estén los edificios construidos con los materiales adecuados o no lo estén, estén nuestros campos protegidos o totalmente abandonados, estén las salidas de las zonas rurales libres de barreras que impidan salir en caso de emergencia o no lo estén, siempre están en regla.