"El hablador" es una de las obras más desconocidas de Mario Vargas Llosa. Está ambientada en la selva peruana, en el departamento de Madre de Dios. Va de la importancia que tienen los contadores de historias. Está inspirado en un hecho real, en la cultura machiguenga y su "hablador", que no es otro que el que va forjando la identidad del pueblo a través de una historia común que va contando a niños y mayores cada vez que llega a una aldea. Es también el "hablador" el encargado de llevar las últimas noticias para poner al día a unos y otros indígenas que viven a lo largo del río Urubamba sobre lo que les interesa a todos. En definitiva, es el que certifica la historia pasada, el que da fe de la actualidad y quien oficia la liturgia verbal de dar esperanza con las historias protagonizadas por el dios Tasurinchi. Casi podríamos decir que "el hablador" es una mezcla de documentalista, periodista y sacerdote que ejerce a modo de novelista oral.
Me he acordado de esta rareza de Vargas Llosa por dos motivos. El primero porque me acaban de comunicar que el Papa Francisco visitará el lugar donde viven los Machiguengas, en el vicariato apostólico de Puerto Maldonado, donde estuve el octubre pasado grabando unos documentales sobre la extracción de materias primas en la Amazonía y cómo estaban afectando a los pueblos indígenas. Tuve la suerte de ir acompañado por los dominicos que llevan allí más de cien años viviendo con los machiguengas, los ashaninkas y todos los pueblos propios que habitan esta parte de la Amazonía. Allí entendí lo que decía el Papa en su "Laudato sí" y allí me encontré con un joven obispo español con el que había compartido aulas de Teología en San Esteban. En Salamanca.
El segundo motivo es porque el martes participé en una jornada organizada por la Asociación de la Prensa de Madrid sobre cómo se informa acerca de los refugiados. El encuentro era en la sede central de Cruz Roja Española donde -otra vez Salamanca- me encontré con un antiguo compañero de la prensa charra que lleva años al frente de la comunicación en esta institución humanitaria. Resulta que después de escuchar una ponencia sobre la importancia de contrastar fuentes digitales y de confirmar la veracidad de un tuit me dio por opinar. Y mostré mi disconformidad con el uso de fuentes interesadas en la tragedia de los refugiados. Expliqué que un periodista de una ong que acaba de llegar a la zona no puede ser nunca ?aunque sea el profesional más reputado- mejor fuente que un misionero que estaba allí hace años, que sigue allí durante la movida y que seguirá en el mismo sitio después de que los de la ong hayan salido en el telediario dando su número de cuenta para que les ayudemos. A los dos, a la ong y a los que la ong dice ayudar. Y, como cabía esperar, hubo resistencias. Algunos acusaban a los 13.000 misioneros españoles de no tener un gabinete de prensa (les expliqué lo que era la OMP, la CONFER y la CEE, así como la existencia de las Delegaciones Diocesanas de Misiones). Otros echaban la culpa a los religiosos españoles de no tener twitter, y de no ser proactivos. Y a mí, claro, me entró la risa. Pensé en "el hablador" de los Machiguengas, en los dominicos que están allí viviendo junto a las multinacionales extractoras y los pueblos indígenas, en el Papa Francisco y su "Laudato si" y en lo rentable que le resulta a los poderosos que se acabe el periodismo. Sí, el que haya "habladores" que vayan, vean, pregunten y lo cuenten. Aunque los misioneros no tengan gabinete de prensa. Ni twitter.