OPINIóN
Actualizado 25/06/2017
Redacción

Los vencedores, terminada la batalla, se saludan efusivos, beben vino en jarra como los gañanes, cantan y se abrazan, y se sienten felices bajo la luz del sol o protegidos por la oscuridad de la noche. Lo acabamos de ver el 39 Congreso del PSOE. No les importó a los ganadores que un 30% no apoyara a Pedro Sánchez. El problema es de éllos, de los susanistas y los exPatxi López, exactamente los que no han pillado cacho. Pobres, piensan los vencedores: los derrotados no han entendido lo que les ha pasado, no conocían a las bases del partido. Se lo han merecido.

En política siempre hay dos opciones, las mismas de la vida, que son ganar y perder: el que gana manda y el que pierde al agujero a esperar. No hay otra. Se pueden hacer todas las interpretaciones que se quiera, pero el recuento final de los votos marca el camino. Zapatero le ganó por solo una docena de voluntades a Bono, pero fueron suficientes para marcar una época política. Así es la democracia. Y así hay que entenderla. Por eso los análisis a posteriori de los derrotados sólo sirven para justificar el fracaso.

Hoy los prohombres del PSOE se mueven sonrientes, con el rictus alegre, tras ganar un largo proceso. Están en ese momento del nirvana en que no saben del todo qué les ha pasado para ser tan afortunados. Pero saben que lo son. Tenían a todos en contra, y han ganado. La militancia ha decidido. ¿ Qué pasará el día de mañana? Eso ya se verá; de momento sólo se felicitan por ser tan listos y haberse puesto en la orilla adecuada.

"¡Vae victis, ¡Ay de los vencidos!, que dijo el galo Breno tras sitiar Roma. Breno accedió a retirarse de la ciudad tras negociar un rescate, que consistía en un botín de 330 kilogramos en oro. Los romanos protestaron porque vieron que los galos habían amañado la balanza, pero Breno añadió su espada al peso, mientras decía "vae victis", expresión que ha llegado hasta nuestros días para dejar patente la impotencia del vencido ante el vencedor.

El vencido en política ni siquiera da pena. Porque en política no existe la palabra compasión. Ni cuenta muchas veces la realidad. Porque el mal de Pedro Sánchez, cuando en su día cayó, no fue porque le quitaran de en medio los barones del partido por un procedimiento poco ortodoxo, y todo por mantener la palabra dada a los militantes, si no haber perdido estrepitosamente dos elecciones generales y dos autonómicas, Galicia y País Vasco. Eso ahora no importa. Pedro Sánchez se hizo el mártir y los militantes le han canonizado. Su mérito tiene.

El futuro veremos qué dice. La pregunta es obligatoria: ¿y si vuelve a ser vapuleado en unas elecciones generales Pedro Sánchez, qué le dirán los militantes? Porque entonces ya no podrán llamar a rebato los barones porque para entonces ya no quedará ninguno. Claro que también la pregunta puede ser ¿y si saca un resultado deslumbrante Pedro Sánchez en las próximas elecciones generales? Si esto fuera así, Pedro Sánchez pasará directamente a los altares laicos del socialismo.

Pero para que una de las dos opciones suceda, hasta que eso pase, sólo se puede decir que comienza una etapa socialista llena de incógnitas, más a la izquierda y con muchas esperanzas entre los partidarios sanchistas. No piensan lo mismo los perdedores, quienes argumentan que ha emprendido una estrategia que olvida el centro, que es donde se ganan las elecciones, y que, por tanto, está sentenciado al fracaso. Item más: Suárez ganó con el centro, González, venció desde una socialdemocracia centrada, Aznar giró de la derechona al centro y Rajoy gana porque aún le queda una parte de ese centro. ¿Por qué Pedro Sánchez se ha obcecado en ganar desde la izquierda? ¿Tal vez porque ahora la sociedad es más pobre y hay menos gente en el centro? Visto lo visto, Pedro Sánchez a lo mejor es mucho más inteligente de lo que pensamos algunos que, como servidor, no somos más que cabezas huecas.

Sea como fuere, que ya se verá, ahora todo ha vuelto a la normalidad, dentro de la normalidad que podemos ser y tener los españoles, siempre en peleas independentistas, cuando no cantonales. Las convulsiones ahora se centran en Cataluña y en los partidos desavenidos, además del paro, la economía, la corrupción y los juzgados, que ya vienen de largo.

La política es así, un ir y venir de renovaciones, de trasiegos, de vida y de muerte. Unos que pasan y otros que llegan, vamos, que la vida sigue igual, tal y como adelantó con tanta dulzura ya hace años Julio Iglesias.

La democracia en España no es aburrida, lo que sería el ideal; es dinámica, siempre al borde del abismo, siempre en tensión, siempre a punto de romperse por los costados, siempre entre el esperpento cómico y el drama. Pedro Sánchez, como gran funambulista que ha demostrado ser, está claro que para esto vale mucho. Por eso no ha dudado en poner su espada en la parte de su balanza.

Ahora el problema lo tendrá España. Pero eso ¿ a quién le importa?

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