OPINIóN
Actualizado 24/06/2017
Tomás González Blázquez

Ha sido noche de solsticio según ese calendario popular que aúna cielo, tierra y santorales inscritos en la tradición del pueblo. El verano está recién bautizado con fuego mágico, derretido sobre su piel todavía blancuzca y escondida.

Ha sido noche de ascuas crepitantes que atestiguan la expiración de la primavera, que aventuran el principio del fin mientras no dejamos, unos y otros, de soñar. "Aserrín, aserrán, maderitas de San Juan". Ha echado chispas la luna en noche de aquelarres y conjuros, de supersticiones superpuestas a plegarias? y nosotros seguiremos soñando, y no haremos otra cosa sino soñar. Quizá soñemos con verbenas donde "revolotean las faldas bajo un manto de guirnaldas", que es la Fiesta de Serrat. Fiesta en la que las banderas de papel eran lilas o verdes, lo que compartíamos era la tortilla o la mujer, y a la muchacha la magreábamos o la abrazábamos. Según las versiones. Pero siempre, el bien y el mal despertaban, y por una noche se aplazaba la lucha. Pasaban la noche soñando, quemando la cruda realidad, soñando los sueños por fabricar en una noche demasiado corta. Porque lo bueno, si breve, más breve resulta.

En noche tan escueta, tan ardiente, tan inflamable, se habrán apresurado los soñadores a soñar. Nos apresuramos. "Apurad, que allá os espero si queréis venir, pues cae la noche y ya se van nuestras miserias a dormir". Y entonces el sueño de la noche de verano no se me acaba nunca. Esta noche no hubo tierra de nadie donde el fuego es aún más devastador. No hubo guerra ni canciones para después, porque la única que pensé entonar no fui capaz de escribirla. Soñé que algunos días sin nombre fui feliz, que le puse nombre a los días para serlo siempre, y que por la Calle de la Fe, apuntando el alba, cuando el humo ya se ha confundido con las nubes y de la hoguera sólo quedan rescoldos, hago camino de ellos y me abraso los pies bajo las últimas estrellas.

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